En los últimos días, dos casos de bullying conmovieron a la sociedad: por un lado en Junín Naira Cofreces, de 17 años, sufrió una brutal golpiza a la salida de la escuela nocturna y murió a causa de sus heridas, mientras que en Hudson una niña de 8 años fue internada y está grave tras recibir una tunda.



El gran problema de la violencia juvenil se acentúa y ya no se encierra solamente en simples burlas que, de todas maneras, afecta la salud psíquica de las víctimas. Sin embargo, la falta de iniciativas para combatir el bullying es aún más preocupante.



Además, si tenemos en cuenta la inacción total de padres y maestros, el espectro se complica mucho más.



Por parte de los padres de los victimarios, el concepto de victimizar a sus hijos inician la espiral de violencia. Argumentos como "mi hijo es un incomprendido" o "no tiene nada que ver" atentan contra la aceptación del problema.



A su vez, los maestros directamente se "lavan las manos". No solo no intervienen en los conflictos por desidia, sino por miedo, porque ya un fuerte agarrón a un chico puede ser considerado violencia hacia los menores y pueden tener un problema judicial.



En este contexto desfavorable y lamentable, la única forma de poder combatir este flagelo es la defensa personal. Aunque ni por asomo es la solución, las víctimas de bullying y violencia se ven totalmente desamparados y necesitados.



Es claro que esto es atacar los efectos y no las causas, pero cuando el Estado y las instituciones dejan librados al azar a las víctimas, como cuando una familia tiene que enrejar la casa para que no la roben, la "ley de la selva" parece ser la única alternativa.



L.G