COLUMNISTA

Un paro político, por Jorge Simonetti

2014-04-14 11:12:36 |Que sean los asalariados los que paren, es un duro golpe a un Gobierno de naturaleza peronista, que la razón sea (en lo global)  la injusta distribución del ingreso, es un tiro al corazón del modelo. Los argentinos ponemos nuestra cuota diaria de sensatez, pero la bronca acumulada por la sociedad durante mucho tiempo, comienza a escapar con violencia primitiva.
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El movimiento obrero fue la fuerza principal que transformó la miseria y la desesperación en esperanza y progreso, no los magnates de la industria”. Estas palabras fueron extraídas de un discurso, pero no de uno peronista, tal como pareciera, sino del pronunciado en 1965, en los Estados Unidos, por Martin Luther King Jr., ese inolvidable gran activista por los derechos civiles.

Nuestro país tiene una larga historia de encuentros y desencuentros entre la sociedad civil con el movimiento obrero organizado, es decir con los sindicatos, y en especial con los dirigentes sindicales. Una historia que ha evolucionado desde la percepción benigna como auténticos representantes de los intereses de los trabajadores, hasta aquella adversaria de burócratas enquistados en sus roscas de poder, con un pasar poco acorde con el carácter de representantes de los obreros. A cada quien con su pensamiento.

De cualquier modo, el paro general de actividades del jueves pasado, de gran repercusión, fue convocado por el sindicalismo argentino, el denominado “opositor”, pero sin dudas trasciende largamente los intereses de las organizaciones convocantes para inscribirse en el corazón del clamor de los argentinos. El éxito, como tal, no sólo se debe a los organizadores de la medida, aunque ello cuenta, sino fundamentalmente al sustrato vivencial de un pueblo que ya no se aguanta impasible la ceguera y el autismo del Gobierno, que no parece reaccionar.

Y mire que el gremialismo ha tenido paciencia con los Kirchner, es recién el segundo paro general que sufre el gobierno de Cristina en 64 meses (Néstor tuvo uno en 55 meses, y por la muerte del docente en Neuquén), paciencia que no tuvieron con Alfonsín que, en cinco años y siete meses de gestión, tuvo 13 paros generales, y con De la Rúa, 8 en diecinueve meses. La explicación radica, sin dudas, en el origen y pertenencia peronista del sindicalismo argentino.

A los ojos de quienes lo miran desde los puestos de gobierno, la calificación de “política” de una huelga, tiene una connotación “peyorativa” y “deslegitimadora” del fundamento del cese laboral. Generalmente se le confiere tal rótulo causal para desacreditarlo. Parapetado en ese argumento, el Gobierno de Cristina y los sectores afines, no fueron originales.

Vale decir, como primer argumento, que las huelgas generales, a diferencia de las sectoriales, por lo común están dirigidas contra la política gubernamental, por lo que casi siempre son políticas.

Ello es así, no porque los dirigentes convocantes pertenezcan a una identificación partidaria distinta del Gobierno, de hecho tienen la misma marca en el orillo, sino porque fue hecho en protesta contra las políticas públicas del gobierno kirchnerista. Que sean los asalariados los que paren, es un duro golpe a un Gobierno de naturaleza peronista, que la razón sea (en lo global)  la injusta distribución del ingreso, es un tiro al corazón del modelo.

Que causal, sino política, es parar contra la ceguera oficial, que no ve la inseguridad, no ve la inflación, no ve la pérdida de calidad institucional, no ve lo que casi todos los argentinos ven, que  utiliza la cadena oficial para frivolizar situaciones, desenroscar anecdotarios personales, y sobre todo, omitir olímpicamente toda mención a los verdaderos problemas nacionales.

Que otra cosa, sino política, es parar porque la plata no alcanza, porque los asalariados pagan con la depreciación de sus magros ingresos el impuesto inflacionario, porque no es suficiente con un camión de carne o de pescado de vez en cuando, o una lista de precios cuidados incompleta e inhallable. Es política la decisión gubernamental de incrementar tarifas cuando hay más crisis, de recurrir a las viejas recetas del ajuste ortodoxo cuando la situación está más difícil, de hacer pagar más cara el agua, el gas, la luz, la nafta, y contra ello se protesta.

Es también política la opción gubernamental de utilizar los fondos de la Anses para cualquier cosa menos para conferir un haber digno para el aportante de toda una vida,  de meter a todos los jubilados en la misma bolsa, a los que contribuyeron y a los que no, y pagarles a más del setenta por ciento de los mismos el haber mínimo, un monto de hambre. Eso es también causal del paro.

Protestar contra el impuesto a las ganancias sobre los salarios, la no actualización de los mínimos, la decisión de cargar sobre los hombros de los trabajadores una gabela regresiva e injusta, qué duda cabe que es un reclamo político.

Es política la protesta, seguramente, contra una Argentina habitada en gran parte por beneficiarios y no por trabajadores, en la que el subsidio es el instrumento central de lucha contra la pobreza y la indigencia, en la que hay casi toda una generación que no conoce el valor del trabajo y no tiene historia laboral, porque crece en hogares que apenas subsisten con la ayuda social y no con la dignidad del trabajo que no tienen.

Que cosa, sino política, es protestar contra la muerte, el asesinato, el robo, el narcotráfico, y un Gobierno que mira hacia un costado, se desentiende, minimiza, o directamente carece de planes de combate a uno de los flancos más débiles del Estado, la desprotección de los ciudadanos.

Escuchar a Cristina en la última cadena protestar contra la barbarie del paro, reclamando que sean “la palabra y la racionalidad las que primen en nuestra sociedad”, sólo nos pudo arrancar una sonrisa resignada. Dicho con todo respeto, era como el chancho predicando higiene, sólo explicable por el estado de debilidad gubernamental. En poco menos de dos años, Argentina culminará uno de los procesos políticos más traumáticos de su historia, en el que hubo logros concretos que destacar, pero que estuvo signado en lo global por la intemperancia, la tozudez, la actitud cerril, el desconocimiento del otro, la visión confrontativa, que no llegó a mayores por el rápido drenaje del apoyo popular al Gobierno.

Y no es un final a toda orquesta, antes bien parece el tiempo de desempolvar las muletas para que los ayuden en este último tramo todavía largo.

Los argentinos ponemos nuestra cuota diaria de sensatez, pero la bronca acumulada por la sociedad durante mucho tiempo, comienza a escapar con violencia primitiva. Le toca al Gobierno poner lo suyo, para culminar de la mejor manera posible, aunque -tal parece- sea pedirle peras al olmo. ¿Puede alguien afirmar que el paro no fue político? Nadie, porque se paró en contra de la política del Gobierno, y eso, aquí y en la China, es político.
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