Consentir lo inadmisible

Ciertos hechos, algunos malos hábitos, parecen haberse incorporado al paisaje cotidiano y vinieron para quedarse aparentemente. Es que la sociedad ha iniciado un proceso de naturalización de sus errores, considerando normal, a lo inaceptable.   La corrupción es, en ese sentido, uno de los paradigmas más fuertemente instalados en la comunidad. Ya es parte de la escenografía y empezamos a asumirla como una cuestión con la que debemos convivir.   Hasta hace poco, solo repetíamos aquella cita, que se atribuye a Benjamín Franklin, que dice que “en este mundo no se puede estar seguro de nada, salvo de la muerte y los impuestos”. Pues habrá que agregarle de algún modo una nueva certeza, la de cohabitar  con la corrupción.   Que la política haya hecho un despliegue de sus artes, perfeccionando la forma en la que se financia, que los perversos sigan aprovechando sus éxitos electorales para enriquecerse a costa de la ingenuidad de muchos, y la pasividad de otros, puede admitirse como esperable. Pero lo que no es aceptable, es que una sociedad que despotrica contra la deshonestidad acepte mansamente esa realidad, con impotencia, se entregue y claudique.   La inútil retórica que intenta repartir responsabilidades entre los que corrompen y los corruptos, no justifica a los espectadores de esta historieta. Somos parte del sistema. Lo que ocurre, sucede, por nuestro silencio, indiferencia y complicidad, aunque esta parezca involuntaria. La sociedad toda, parece superada por su impotencia, por no encontrar el modo de superar este presente.   Que existe un sector prebendario en la actividad pseudo privada no caben dudas, y es importante aclarar que llamarlos empresarios sería ofender a quienes toman riesgos a diario y realmente merecen llevar ese nombre.   Pero la corrupción no existe porque unos son los malos y otros los buenos. Seguir recorriendo el ingenuo diagnostico de que este es un problema de moral, de dirigentes que se tuercen en el camino, es probablemente demasiado infantil.   La corrupción tiene muchas explicaciones, pero fundamentalmente su denominador común es que alguien puede contratar discrecionalmente, decidir en forma arbitraria, le resulta posible tomar definiciones con poco nivel de consulta y control, porque no hay transparencia y cada vez mas tenemos un estado gigantesco, que crece porque una sociedad demandante pretende delegar todo en el paternalismo del sector público.   Hay que asumir las ideas que se defienden y hacerse cargo de ello. Un Estado grande implica, altos niveles de discrecionalidad, y eso es directamente proporcional a los niveles de corrupción   Luego, habrá matices, dirigentes más honestos y de los otros, pero debe preocupar lo estructural, y no lo anecdótico. No se trata solo de personajes mejores y peores, sino de sistemas que permiten que todo esto sea posible, y que nadie, ni los que gobiernan, ni los otros, están dispuestos a modificar.   Asumir que este es un problema de algunos, es hacer un reduccionismo improcedente. Culpar a los que están y eximir de culpas a los que no gobiernan, es no entender cómo funciona. Que la casta, la corporación política y la de los intereses que defienden esta dinámica, perseveren en su creatividad, y sigan encontrando ocurrentes modos de permanecer en su inercia, no nos puede extrañar.   Lo inaceptable, es que la victima de esta historia, el electorado, la ciudadanía, siga avalando con su connivencia esta continuidad, bajo débiles argumentos como aquel que dice que “no se puede hacer nada”.   O peor aún, justificando su postura timorata en el “todos roban”. Está claro que ésta visión muestra el nivel de impotencia y de resignación que nos invade. Pero asumir que las cosas no pueden ser modificadas sin entender el problema e intentar seriamente cambiar el rumbo, no es saludable, para estas generaciones y mucho menos para las que vienen y esperan de nosotros, con consistencia por cierto,  un gesto adecuada, el correcto.   Tan patética es la percepción de la sociedad que muchos aceptan la perversa reflexión de asumir aquel “roba, pero hace”, como si una cosa justificara la otra, y como si el hecho de ser ejecutivos y promover obras, lo eximiera de responsabilidades. Es más, muchas veces, esa ejecutividad, es la que explica claramente los altos índices de corrupción. Más se puede robar cuanto más se puede mostrar.   No quedará fuera de este recorrido la temible frase de “estos roban más”, como si fuera una cuestión cuántica la que define la moralidad de los actos. Algo así como que si roban poco está bien, pero si roban mucho esta mal. Completa el pobre paisaje aquello de “pero los otros eran más burdos”, como si se tratara de una cuestión de formas, de sutilezas, de disimulos.   El tema de la corrupción es complejo, pero su solución pasa por enfrentarlo con el diagnostico preciso y no de eludirlo, pensando que se trata solo de personajes deshonestos. El sistema es corrupto, no los seres humanos. El esquema vigente lo hace posible, y no la malicia de los circunstanciales actores. Hasta que no asumamos la gravedad del asunto, y los ciudadanos no decidamos dejar de ser funcionales a esta realidad, por lo visto y por algún tiempo, seguiremos en esta dinámica de consentir lo inadmisible.     Alberto Medina Méndez amedinamendez@gmail.com skype: amedinamendez www.albertomedinamendez.com 54 – 03783 - 15602694   PUBLICADO EN EL DIARIO ÉPOCA DE CORRIENTES, ARGENTINA, EL JUEVES 15 DE SEPTIEMBRE DE 2011

La especialidad de la casa

Seguimos recorriendo tímidamente la manía instalada de esquivar lo evidente, lo que hace que la discusión política sea consecuencia y no causa. Habría que revisar un poco hacia adentro para ver lo que nos pasa. Seguir criticando hacia afuera no nos hace mejores, ni nos acerca a la solución.   Espero que sirva para discutir, analizar y difundir.   Alberto Medina Méndez, desde Corrientes, Argentina La especialidad de la casa No es asunto nuevo. Pero la verdad es que agota bastante escuchar cómo, cierto sector de la sociedad, se queja constantemente sin conseguir mirarse al espejo ni siquiera por un instante cuando, en realidad, buena parte de las explicaciones de lo que nos pasa, está en nosotros mismos.   Lo que elegimos cuando nos convocan a cada acto comicial, es solo el corolario de lo que somos y para nada el origen de nuestros problemas. Los estilos autoritarios, discrecionales y arbitrarios son solo una fiel expresión de nuestro comportamiento socialmente mayoritario y no el arrebato de dirigentes aislados.   La apatía con la que presenciamos los hechos cotidianos no son la consecuencia, sino la causa de lo que nos sucede. Nuestro desinterés permanente es el cómplice necesario e imprescindible de muchas de las aberraciones que observamos a diario.   Queda claro que es más fácil buscar culpables afuera que responsables en nosotros mismos. El deporte nacional es, después de todo, eludir responsabilidades. Rara vez escucharemos a un ciudadano decir que estamos como estamos porque hacemos lo que hacemos. Siempre, encontramos el modo de que algún otro sea el que comete los errores o las  imprudencias gravísimas, esas que criticamos y que nos permiten invariablemente excusarnos hasta el infinito y encontrar el argumento justo que nos exculpe de cualquier atrocidad.   Fabricaremos grandes complots, preferentemente internacionales, conspiraciones sofisticadas que involucren a siniestros personajes e intereses ocultos, inventaremos mafias peligrosísimas, le atribuiremos a ciertas corporaciones que solo existen en nuestros delirios alguna elaborada confabulación, y hasta diremos que un perfecto plan perpetrado por los poderosos de siempre, se ha empeñado en hacernos cada vez más ignorantes y construir una industria de la desinformación, para que no podamos reaccionar a sus refinadas herramientas.   De hacernos cargo ni hablar. Asumir que mucho de lo que nos disgusta tiene que ver con nuestra propia inacción, no parece estar en la grilla de posibilidades.   Es que resulta, mucho más fácil, y además menos culposo por cierto, explicarlo todo asignándole a los demás perversas intenciones y ostentosos planes cuidadosamente diseñados. No hacerlo significaría asumir una cuota de responsabilidad que no cabe en la dinámica social de este tiempo.   Nos cuesta visualizar que las ideas que nos gobiernan, son en buena medida, las que defendemos como sociedad, aunque recitemos lo inverso. Queremos que el que detenta el poder formal haga todo, controle cada centímetro de lo que se hace, piense en el futuro y elimine las incertidumbres. Eso implica siempre un Estado enorme, por lo tanto que gaste mucho, que este plagado de empleados y de planificadores iluminados. Y es eso lo que sucede después de todo. Las propuestas de los políticos siempre van en esa línea.   Para ello, ese gobierno precisa recaudar mucho dinero, endeudarse si le falta más e inclusive emitir moneda si algunas de las anteriores se ve limitada por momentos. Los recursos económicos no se inventan, se generan. Alguien, con su trabajo y talento, previamente se esforzó para conseguirlo. Pero para que el Estado, en todas sus formas, pueda hacer la totalidad de lo que muchos le reclaman, tendrá que primero quitar esos recursos a sus dueños, compulsivamente claro, porque si lo hiciera de modo voluntario no serian impuestos sino donaciones.   En fin, la maraña de cuestiones que escuchamos a diario, solo se pueden hacer cuando todo es funcional al objetivo. Lo que tenemos es lo que supimos construir como sociedad y hacerse el distraído no modifica para nada el escenario, ni lo hace más agradable.   Lo que si puede abrir la puerta al cambio es repasar los hechos, y hacer el diagnostico adecuado. Si creemos que llegamos hasta aquí por méritos ajenos, de casualidad, o por alguna fatalidad, estamos en problemas. Un mal diagnostico, nos conduce invariablemente a pésimas decisiones, y fundamentalmente a no resolver las cuestiones de fondo.   A veces pareciera que nos divierte entretenernos, hacer de cuenta que es un juego, en el que somos observadores, meros invitados. Hay que reconocerlo, es mucho más cómodo, aunque tremendamente ineficaz si pretendemos que algún día aparezca el punto de inflexión que nos lleve camino a donde decimos que queremos ir.   La actitud esperanzadora, ese optimismo fundado en el vacío, esa visión de que llegará el líder mesiánico que nos liberará de tantos flagelos, esa mirada romántica y casi de ciencia ficción que sueña con que el héroe, el patriota, llegue un día casi mágicamente es irracional, y solo aceptable en una sociedad algo infantil e ingenua.   El cambio está al alcance de nuestras manos, depende de nosotros mismos, de que revisemos nuestras ideas y acciones, y que nos planteemos, como ciudadanos y no como sociedad, que es lo que estamos pensando y haciendo mal. Mientras ello no ocurra, nuestras posibilidades de recorrer caminos diferentes son inexistentes, y en ese caso, reeditaremos hasta el cansancio nuestro mayor hábito, el de eludir responsabilidades, esa actitud que se ha constituido en “la especialidad de la casa”.       Alberto Medina Méndez amedinamendez@gmail.com skype: amedinamendez www.albertomedinamendez.com  54 – 03783 - 15602694   PUBLICADO EN EL DIARIO EPOCA DE CORRIENTES, ARGENTINA, EL JUEVES 4 DE AGOSTO DE 2011

Ambición sin rumbo

Para muchos la política es el ÚNICO modo de cambiar la realidad. Se trata de una temeraria afirmación, pero para aquellos que creen en ese paradigma, queda claro que participar de la acción política se convierte en una necesidad, en una forma de compromiso ineludible para quien se interesa en modificar el rumbo de los acontecimientos e influir en ellos.   Pero esa, loable finalidad, la de participar, la de ser parte de, la de involucrarse activamente, tiene sentido si existe un objetivo previamente establecido y si el sendero del cambio está debidamente mensurado.   Por obvio que parezca, la inmensa mayoría de los que conforman la denominada clase política trabajan para el acceso al poder. Argumentan que si no se llega a él, nada resulta posible. Y probablemente tengan alguna cuota de razón, aunque no toda. Pero aun asumiendo esa premisa como válida, el problema es que tanta concentración vinculada a la lucha por los espacios de poder, consigue vaciar el objetivo, y muchos cuando llegan a donde querían, ya no recuerdan siquiera porque estaban peleando.   La desideologización de la política le ha quitado contenido a la actividad partidaria. Todos se han creído el cuento de que lo importante es la gestión y que los sistemas de ideas son fundamentalmente imprácticos.   En realidad, lo que quieren es evitar compromisos con ciertas ideas, que los obliguen moralmente a defender determinados valores, y terminar con ciertas mañas que la política ha instalado, y que no tienen interés en desactivar porque atenta contra la esencia de la corporación.   Todo el esfuerzo está direccionado a conseguir poder. La lucha, los recursos, las energías, están puestas allí. Las intrigas, los movimientos de ajedrez para prever la siguiente jugada del rival y actuar en consecuencia, solo apuntan a ganar la partida.   Se ha hecho un culto, exagerado por cierto, de este costado de la política, necesario, pero no suficiente. Triunfar sirve cuando se sabe que es un medio para, y no se lo considera un fin en sí mismo.   Y la política contemporánea nos muestra que los dirigentes están concentrados en el próximo acto electoral, en reunir votos, en conseguir apoyos y acumular poder, y muy pocas veces en resolver los problemas para los cuales se supone que la política tiene sentido.   Este fenómeno no es nuevo, solo se ha exacerbado en las últimas décadas, y la llegada de un aluvión de mediocres al ruedo, le ha puesto un condimento adicional, que solo ha complicado el escenario básico, ya preocupante por cierto.   Y queda claro que cuando todo el esmero, cuando la totalidad de las acciones cotidianas están orientadas a ocupar el poder, a conquistarlo, a expulsar a los actuales detentadores del mismo, de su sitial para reemplazarlos, o en el caso de los oficialismos, para quedarse ininterrumpidamente, poca dedicación puede otorgársele a lo importante.   Es tan baja, por momentos, la calidad de los políticos, que ni siquiera delegan la creatividad, el desarrollo de programas, el estudio profundo de las cuestiones que merecen atención urgente, a otros, a los especialistas, a los que pueden contribuir con conocimientos y capacidad a lo que ellos no desean invertirle tiempo.   Pocos leen, mucho menos estudian, algunos ni siquiera se esmeran en escuchar a los que saben o tienen algo que aportar. Es tanta la convicción de que lo importante es acceder a los cargos, llegar al lugar que sea, que solo miran ese objetivo como el central, y hasta lo festejan cuando lo consiguen, olvidando que el poder sirve, en tanto y en cuanto se convierte en un mecanismo para solucionar asuntos de relevancia, sino solo termina siendo un “juguete” para el mezquino aprovechamiento de las estructuras de siempre.   Esos que solo se concentran en la búsqueda del poder, lo harán casi adictivamente. Su llegada a una función, a una posición, a una porción de mando, solo es un escalón para el siguiente paso. Para ellos llegar, es solo una parada, un hito, porque desde allí, buscarán el siguiente espacio, una nueva meta que dibujarán en su recorrido, y desde el ámbito obtenido, diagramarán acciones, esas que suponen, los llevará al peldaño que viene.   Y no es que tener ambiciones sea algo intrínsecamente malo. Muy por el contrario, los grandes cambios de la humanidad, las invenciones, los estadistas y patriotas del pasado, tienen como denominador común una ambición sin límites. A ellos, los movía un atributo propio de la esencia humana, que tiene que ver con el “ir por más”. Allí no radica el problema, porque si así fuera deberíamos elogiar el conformismo, la abulia y la comodidad, y esos sí que son pecados que una sociedad no se puede permitir si espera progresar y ofrecerle mejores oportunidades a las generaciones que vienen.   El problema de fondo, no es la ambición. Bienvenida ella. Lo trágico, lo inmoral, pasa por la ausencia de contenidos, por el vacío ideológico, por la falta de claridad de rumbos, por metas difusas que buscan algo sin saber su norte. Si a la política no la enriquecemos con ideas, con objetivos que tengan que ver con cambiar las posibilidades de una comunidad, cualquier esfuerzo es en vano.   Pero lamentablemente, el presente nos muestra que así funciona la política, al menos de eso se trata la dinámica que vemos a diario, y que en buena medida, explica su creciente desprestigio. Todo es poder, solo importa vencer, nadie sabe muy bien con que finalidad real y entonces terminamos creyendo, que en realidad de eso se trata este juego, solo de ganar y de alimentar esta ambición sin rumbo.       Alberto Medina Méndez amedinamendez@gmail.com skype: amedinamendez www.albertomedinamendez.com 54 – 03783 - 15602694   PUBLICADO EN EL DIARIO EPOCA DE CORRIENTES, ARGENTINA, EL MIÉRCOLES 20 DE JULIO DE 2011

Determinación Ciudadana?

La falta de perseverancia sea tal vez el pecado cívico más relevante en la historia reciente. Disgusto, bronca, enfado, indignación, impotencia, la nómina es interminable. Múltiples sensaciones que los ciudadanos sentimos a diario y que compartimos con otros para manifestar tímidamente nuestro desagrado con los hechos cotidianos, con las decisiones que se nos imponen y que no colman nuestras expectativas más elementales.   Sin embargo, esas actitudes son inconstantes, espasmódicas, solo momentáneas, hasta que otro hecho de superior relevancia ocupe su lugar. Este podrá ser un asunto personal, familiar o hasta social, pero desplazará al otro, ese que eventualmente nos generaba malestar, para pasar a ser una anécdota más en la lista de las frustraciones cívicas.   El sistema conoce esta debilidad ciudadana. Sabe que la indignación es transitoria, fugaz, y que las personas no insistirán con sus reclamos en el tiempo de modo consecuente. La historia, la experiencia de casi siempre, dice que se aburrirán, les ganará el cansancio, terminarán agotados y será suficiente para que otro desengaño haya dejado su huella.   Queda claro que quienes gobiernan, los unos y los otros, los que estuvieron, los que están y los que estarán, se han ocupado con dedicación, durante décadas de proveer herramientas para que nada les impida perder el control. Una suma de recursos, ardides, escollos, les darán siempre el salvoconducto necesario para librarse rápidamente de cualquier intento que pretenda estorbar su dinámica habitual.   Pero como en tantos otros ámbitos de la vida mundana, lo importante no es hacer las cosas bien, sino solo conocer en detalle el mecanismo bajo el cual funciona el circunstancial oponente y hacer uso de sus propias flaquezas para provecho propio.   Los anticuerpos están activados. No importa demasiado cual sea la queja de turno. Todo está perfectamente diseñado para responder a los estímulos de siempre. Las respuestas predecibles, los esquemas tradicionales, están debidamente contemplados y la falta de decisión ciudadana, es parte de ese paisaje que se repite, de modo irrelevante, sin consecuencias significativas que alteren el ritmo habitual de los que mandan.   Para lograr resultados diferentes, esto es, que el poder tome nota, que modifique sus conductas, que deje de lado sus mañas de rutina, que se anime a incursionar por otros senderos, la ciudadanía precisa tomar decisiones, fuertes, concretas, pero por sobre todo, determinadas, con convicción, y a sabiendas de que el camino será largo, difícil, con innumerables problemas y fundamentalmente con una corporación ( o varias ) que harán su mejor esfuerzo por abortar ese irreverente intento ciudadano de tomar las riendas.   Hay ejemplos en la historia mundial, pocos, lamentablemente no muchos, pero unos cuantos de ellos significativos. Algunos lograron perdurar, tal vez no lo suficiente, o probablemente no con la intensidad necesaria para hacer claudicar al sistema, pero si al menos para mostrar que es posible, que se puede y que vale la pena hacer el intento.   Si tanto nos complica la existencia, si tanto fastidian algunas posturas de la política contemporánea, tal vez debamos revisar nuestras propias actitudes cívicas. Es bastante probable que en ese recorrido encontremos muchas explicaciones y que lo que parecía imposible deje de serlo.   Pero para enfrentar un problema, hay que dimensionarlo adecuadamente. Suponer que con esporádicos intentos, con reacciones infantiles, con caprichos adolescentes y hasta con filosofía mediocre, lograremos torcerle el brazo a siglos de estrategias exitosas, estaremos equivocados.   Para ganar hay que ensayar nuevos métodos, probar modalidades imprevistas. Ellos están preparados para lo obvio. No tiene mucha importancia, bajo su perspectiva, cuan significativo parezca el reclamo, mucho menos aún si los argumentos tienen cierta razonabilidad o ha logrado movilizar a unos cuantos.   No le temen a la argumentación, tampoco a un numeroso despliegue popular. Si les asusta la perseverancia, la determinación, la consistente acción que muestra que no se descansará hasta lograr objetivos.   Para ello hace falta una ciudadanía menos timorata, menos reactiva y mas proactiva, más comprometida y menos abúlica. Es preciso luchar por valores morales, y no solo cuando las decisiones molestan porque afectan nuestros bolsillos, como tantas veces pudimos apreciar. Tal vez sea mucho pedir, es probable que estemos siendo muy exigentes con una sociedad que ha dado pocas muestras de animarse a esto. Pero no menos trascendente es saber si realmente estamos dispuestos a hacer algo relevante antes de emprender el intento.   Pero también es importante dejar en claro, que el adversario, circunstancial por cierto, es poderoso, tiene infinidad de posibilidades a mano, conoce el sistema como la palma de su mano, y sabe a que recurrir frente a cada intento. Difícilmente podamos tomarlo por sorpresa. Conoce mucho de lo que hace, sabe por qué lugares transitar, como, cuando y hasta el ritmo al que debe hacerlo. La ingenuidad es un riesgo y jugar con que ellos no sabrán cómo reaccionar, es desconocer su dinámica y sobre todo la metodología con la que razonan.   La ecuación es relativamente simple de comprender. Podemos seguir con el infantilismo que nos propone esta inercia, esa que dice que nos quejamos de vez en cuando y con eso suponemos que algo cambiará. O podemos tomar exacta dimensión de lo que pretendemos lograr y actuar seriamente en consecuencia. Eso supone prepararnos para una batalla larga, compleja, que requiere de muchos ingredientes, pero fundamentalmente de uno de ellos, de esos que parece imposible obtener. Antes de empezar valdrá la pena saber si tenemos a mano una significativa dosis de determinación ciudadana.     Alberto Medina Méndez amedinamendez@gmail.com skype: amedinamendez www.albertomedinamendez.com 54 – 03783 - 15602694

Debate prohibido

Una de las mayores muestras de hipocresía, tiene que ver con los debates que la sociedad DECIDE no dar. Muchos asuntos conforman esta lista y vale la pena abordarlos a todos, pero uno de ellos se destaca especialmente.   Se trata de los empleados estatales, los trabajadores del sector público como le gusta llamar a algunos. Y es que el ciudadano medio le reclama a la política que haga gala de transparencia, pero no solo para que no se corrompa y termine robando, sino para que sea intelectualmente honesto y discuta lo que debe y no solo lo que las normas de cortesía indican.   Sin embargo, ese mismo ciudadano, tampoco se anima a decir lo que piensa en público, en todo caso lo manifiesta en su círculo intimo, con reserva, por lo bajo, no sin antes disculparse de semejante atrevimiento.   Y hay que decirlo con todas las letras. La única manera de resolver un problema es enfrentarlo. Hacer de cuenta que no existe, minimizarlo, quitarle relevancia, ponerlo en segundo plano, no ayuda a resolverlo.   Un diagnostico adecuado nos da, al menos la chance, de hacer lo correcto, gradualmente quizás, pero con el rumbo claro, y en la orientación esperada que conduzca a su solución.   Desde lo ideológico, muchos podrán decir que las funciones del Estado son terreno opinable. Pero lo que no deja lugar a dudas, y abundan pruebas que lo demuestran, es que está sobredimensionado, que es ineficiente, que gasta más de lo razonable, que muchos de sus empleados no podrían sostener su trabajo en el sector privado, solo porque no están a la altura de su labor cotidiana.   La estabilidad laboral del empleo público se ha constituido en el peor enemigo del sistema, es la trampa letal que el régimen se impuso a sí mismo. En el afán de evitar el botín político que suponen los vaivenes electorales, se ha inclinado la balanza hacia lo más fácil, pero al mismo tiempo la peor decisión.   La imposibilidad de perder el trabajo, hace que muchos empleados públicos dejen en el camino su dignidad, se relajen, dejen de esforzarse y caigan en la dinámica de soportar al funcionario de turno, ese que hace de jefe durante algún tiempo, hasta que el recambio electoral se lo lleve puesto, y venga algún otro en su reemplazo.   En ese proceso, su ineficiencia crece, y al mismo tiempo se va invalidando profesionalmente, al quedarse detenido en el tiempo, creyendo que su estabilidad es un premio, sin comprender que no tiene estimulo alguno para crecer, porque aun con sus mejores intenciones, la política se ocupará de premiar a los aduladores, a los militantes y a los amigos antes que considerarlo siquiera, dejando el merito del esfuerzo y la efectividad como parámetro razonable para incentivarlo en su tarea. El que hace bien las cosas cobra cierto dinero, y el que trabaja mal también, sin diferencia alguna. Una mala praxis sindical, cierta equivocada demanda social y una supuesta sensibilidad de la comunidad, se ocuparán de hablar de la necesidad de mejorar sus salarios por el solo hecho de ejercer cierta tarea significativa para la sociedad. Nadie hablará en ese contexto de los mejores y los peores, meterán a todos en el mismo barco y dirán que su condición de empleado público debe ser la unidad de medida.   Se premiarán aspectos como la antigüedad, tal vez una formación educativa superior, y hasta le darán continuidad a nuevas generaciones de empleados públicos, por el solo hecho de ser parientes, pero es improbable que hablen de eficiencia, de productividad, de rendimiento.   Esto no es justo para nadie. No lo es para el que se esfuerza y merece algo mas por lo que se compromete a diario, y tampoco lo es para el que creyéndose más pícaro, retacea esmero, porque se lo hace vivir en un mundo de fantasía, donde cree que tiene trabajo cuando en realidad, solo parasita, y recibe una indignante dadiva por ir todos los días a cumplir horario. Podrá tener un ingreso, pero difícilmente pueda ser un ejemplo digno de imitar para sus hijos.   Claramente la sociedad en general no los respeta, es más los desprecia muchas veces y desprestigia a todos, a los mejores y a los peores, calificándolos de abúlicos, perezosos e indolentes, por el solo hecho de ser parte del sistema estatal.   Un falso argumento dirá que se trata de una cuestión social, que el Estado cumple ese rol de empleador para cubrir la ausencia de oportunidades laborales. Esa falacia, que cae por sí misma, apela a la emotividad, pero contiene tramposas explicaciones. Cuando se da estabilidad, esa excesiva cuota de impunidad, al empleo público, se genera un efecto, tal vez indeseado, que hace que ese recurso humano se abandone a sí mismo, deje de prepararse para el desafío de un trabajo mejor, poniéndose un límite que lo imposibilitará superarse para ofrecerle un futuro mejor a sus seres queridos. Es esa actitud la que impide que en el futuro, alguna empresa pueda considerarlo seriamente como una posibilidad para contarlo en sus filas, convirtiéndose entonces esta modalidad en la causa de su pobreza crónica.   El debate de fondo tiene que ver con el excesivo número de empleados públicos, con esa estabilidad que pretende evitar un mal mayor, pero que solo consigue transformarse en el peor estigma de este esquema, haciendo que el Estado crezca desproporcionadamente, se haga más ineficiente, y haga que esos costos económicos los soportemos todos.   Esa realidad la sienten con más virulencia los que menos tienen, esos esforzados  trabajadores del sector privado que pagan sus impuestos y que pierden poder adquisitivo por esa inflación que los gobernantes usan para pagar el gasto estatal. Ellos pagan la fiesta, la desidia de muchos y la comodidad de otros. La pagan con mucho trabajo, sin estabilidad, con mucha dignidad y sin nadie que haga lobby por ellos.   Este es uno de los tantos temas, de los que poco se habla porque hacerlo implica ir a la cuestión de fondo. Después de todo, resulta más simpático, menos complejo, hablar de superficialidades, hacerse los distraídos, y poner esta discusión en la nomina de los debates prohibidos.       Alberto Medina Méndez amedinamendez@gmail.com skype: amedinamendez www.albertomedinamendez.com 54 – 03783 - 15602694   PUBLICADO EN EL DIARIO ÉPOCA, DE CORRIENTES, ARGENTINA, EL JUEVES 30 DE JUNIO DE 2011.

El sadismo electoral?

Para los que estamos convencidos de que el autoritarismo no es una opción moralmente válida, que la libertad debe ser preservada como valor central de la vida en comunidad y que las decisiones no significan imponer al otro la visión propia, la democracia parece ser, la menos mala de las alternativas disponibles.   Cierta exacerbación de esa noción nos hace rechazar de plano, cualquier otra forma que cuestione la vida democrática de una sociedad tal cual la concebimos, aunque muchas veces terminemos vaciando la idea principal y creyendo que solo se trata de hacer lo que dice el que tiene más votos. Vaya deformación conceptual esta, aunque habrá que decir que dicha visión goza de una peligrosa adhesión popular, con todo lo que ello implica.   Pero buena parte de la defensa irrestricta de la democracia, se sostiene sobre la base de un sistema electoral que fija reglas del juego mínimas, esas que tienen que ver con seleccionar a aquellos que nos representan y que tomarán decisiones por nosotros, como parte de una comunidad.   Así las cosas, la dinámica electoral, se convierte en el escenario fundamental, en el ámbito simbólico de mayor trascendencia, al punto que algunos llegan a sostener con certeza, que una de las fortalezas de la democracia, es que cada tanto, el ciudadano, puede decidir la continuidad o el reemplazo de sus elegidos, como si esto fuera lo significativo de la idea.   En ese contexto, el diseño de la herramienta electoral, pasa a ser la clave del sistema democrático, y por lo tanto, el marco necesario para que la partidocracia reinante lleve adelante las mayores aberraciones imaginables para manipular la voluntad popular a su arbitrio y determinar convenientes reglas para su provecho.   El sistema electoral, vaya paradoja, está en manos de los beneficiarios del mismo. Son los electos, quienes establecen las normas, las modifican a su antojo y las ajustan discrecionalmente según sus propias necesidades.   En democracias altamente imperfectas como las nuestras, sigue vigente el monopolio de los partidos políticos. Ningún ciudadano puede ejercer derechos ciudadanos a ser elegido, sin pasar por el complejo filtro que propone el irregular, frágil y caprichoso funcionamiento de los partidos.   Este primer escollo, deja afuera, a cualquier individuo que no esté dispuesto a someterse a la poca estimulante trituradora que propone casi cualquier facción partidaria. Allí, los méritos no tienen necesariamente que ver con talentos, aptitudes y habilidades, mucho menos con buenas ideas, brillantes propuestas o inteligentes estrategias.   En ese submundo alcanza con sobrevivir al resto. Se trata de la ley del más fuerte, en el que rara vez los mejores se imponen. Solo alcanza con conocer las trampas del esquema general para avanzar y quedarse con el mando.   No se puede desconocer que el espacio electoral es el lugar preferido de las mañas y las trampas, de los trucos y los ardides. El que mejor conoce los vericuetos formales, los detalles operativos que ofrecen flancos, sacará rédito de ello y conseguirá ventajas significativas a la hora del recuento.   El sistema electoral es el entorno más adecuado para manosear la voluntad popular. Listas sabanas para esconder ignotos candidatos, mecanismos internos de selección objetables, poco transparentes, repletos de maniobras, con recovecos formales que estimulan a los más descarados.   La fauna del día de las elecciones, mostrará un ejército de fiscales, la logística del traslado de votantes, las dádivas a la orden del día, las picardías de los más experimentados y el talento para sacar ventaja que se perfecciona eternamente.   Pero es el financiamiento de la política, el mayor de los cómplices de esta historieta. La sospecha respecto del origen de los fondos, el indisimulable peso de los aparatos de poder, sobre todo allí donde las cajas estatales hacen de las suyas, aporta la cuota de corrupción infaltable a la hora completar la escenografía.   Todo lo descripto solo puede ser concebido por la mente retorcida de mediocres, de gente sin convicciones democráticas profundas, que utiliza estos recursos para tratar de disimular su incapacidad personal y  abrirse el camino hacia el poder. De otro modo no podrían lograrlo. Necesitan dejar afuera a los mejores, amedrentar a los moralmente más aptos y disuadir a los más íntegros.   Por eso le tienen miedo al voto electrónico, a la fiscalización que propone la tecnología, a la boleta única, al sufragio por internet o cualquier idea que les quite control, posibilidades de torcer el rumbo, de apelar a la diversidad de atajos, para acomodar todo a su gusto.   El ferocidad de quienes implementan día a día estas herramientas, de quienes se la pasan pensando, como utilizarlas para que les resulte conveniente, solo puede ser patrimonio de hombres crueles, que disfrutan de su supuesta habilidad y que se burlan de una ciudadanía timorata, al punto de acusar a cualquiera que se atreva a cuestionarlos, de antidemocráticos.   Si los sistemas electorales no se transparentan, sino se hacen abiertos, con pocas reglas, propendiendo a una participación ciudadana con mayúsculas, quitándole privilegios al sistema partidario y prerrogativas a los poderosos, para permitir que los mejores puedan tener oportunidades, seguiremos condenados a estar en manos de los sádicos de siempre     Alberto Medina Méndez amedinamendez@gmail.com skype: amedinamendez www.albertomedinamendez.com 54 – 03783 - 15602694    PUBLICADO EN EL DIARIO EPOCA DE CORRIENTES, ARGENTINA, DEL MIÉRCOLES 22 DE JUNIO DE 2011

La dinastía de los conservadores

Cierta tradición política denomina conservadores a los que están alineados a la derecha, en ese discutible y vetusto formato que pretende definir ideologías, sin demasiado sentido.   Quienes utilizan esta terminología, la más de las veces, lo hacen de  modo despectivo, intentando asignarle peyorativamente a dicho vocablo, una vinculación con ideas del pasado.   Habrá que decir que CONSERVAR es una actitud, que solo detentan aquellos que procuran que nada cambie, que todo siga igual. En realidad, un conservador es alguien que desea que el rumbo no se modifique, que el sendero iniciado continúe de la mano de las viejas prácticas.   Ser conservador implica una postura ante los hechos, y no una mirada ideológica específica. En definitiva, en la Cuba comunista ser conservador sería algo bastante diferente a lo que la acepción cotidiana indica.   Por eso, resulta paradójico observar como determinados sectores de la política, utilizan este concepto de un modo crítico, cuando en realidad muchas veces, esa acepción los describe a ellos mismos.   Y en esa línea, vale la pena recordar que vivimos, hace décadas, una interminable continuidad en la que pocos se animan a modificar rumbos, en todo caso, se han perfeccionado, mostrando la peor cara del pasado.   La sociedad evoluciona, pero solo por sus mecanismos naturales, por las fuerzas espontaneas que avanzan, pese a los escollos que propone el más duro estilo conservador, ese que no se decide a modificar ni una coma.   La política contemporánea, hace como que hace, simula revoluciones, propone rimbombantes ideas, promete ambiciosos planes, pero solo milita en la cobardía crónica, porque cuando del fondo de la cuestión se trata, queda siempre a mitad de camino y vuelve invariablemente a las fuentes.   Cualquier diccionario que se precie de cierta seriedad, dirá que ser conservador implica ser partidario de la continuidad de las formas y adverso a los cambios bruscos. Esta descripción se ajusta a muchos políticos y a casi todo el arco partidario. Son pocos los trasgresores, los que se atreven siquiera a proponer algo demasiado diferente.   Con solo una mirada superficial, es posible darse cuenta que los aspectos que están en manos del Estado siguen su dirección de rutina. La seguridad recorre un camino sin retorno. Cada vez mas presupuestos, poco ingenio, una demanda creciente por parte de la sociedad y soluciones ausentes. Las estructuras siguen siendo las mismas de siempre. La política solo propone lo habitual, más recursos, mucho esfuerzo, mega estrategias, pero los resultados están a la vista, y hay poco que decir en su favor.   La justicia solo parece ensayar mecanismos que la hacen cada vez menos independiente. Se cuestiona su eficiencia y muchas veces hasta su imparcialidad. Pero las soluciones propuestas, las grandes reformas al sistema siguen ausentes. Todos plantean más de lo mismo. Las formulas repetidas que ya conocemos que siguen la predecible línea de la obviedad.   Inclusive en asuntos en los que el Estado podría no estar presente, como la salud y la educación, no solo nada cambia sino que se profundiza esa crisis, ya sistémica a estas alturas, que empeora lo actual, nos aleja de la salida para solo destinar más dinero a lo que ya sabemos ineficiente, insuficiente y fundamentalmente inviable.   Ni hablar de la corrupción, los privilegios, y el arsenal de problemas endémicos que nos describen como sociedad, de forma cotidiana. Esa lista tampoco merece que nadie se ocupe de ella con seriedad, por lo tanto forma parte también de la lista a CONSERVAR.   Son demasiadas las pruebas que disponemos para seguir perseverando con recetas ya conocidas. Sin embargo buena parte de la oferta partidaria solo nos ofrece insistir con el pasado, profundizar estrategias ya fracasadas, vendernos ilusiones. Pretenden que la sociedad termine creyendo que solo se trata de una mejor administración, de una gestión más inteligente, sin comprender que los problemas permanentes que padecemos tienen que ver con empecinarse en perimidos paradigmas que no explican de modo adecuado el comportamiento social de este siglo.   El miedo a la libertad parece paralizarnos y entonces preferimos seguir  apelando a los matices, a las tonalidades, a pequeños giros que no modifican el escenario actual, para ofrecernos esperanza, con el inconveniente adicional de solo renovar la frustración.   En cada tropiezo, en cada oportunidad, los ciudadanos vamos perdiendo la fe, y con ella, nos abalanzamos sobre la política con desprecio, al sentirnos defraudados, engañados, estafados. Y eso tampoco es bueno.   Se trata de paradigmas equivocados, de ofertas políticas que nos plantean soluciones parecidas, senderos ya transitados, tácticas que ya hemos utilizado en el pasado, y que han sido una secuencia de decepciones.   Tal vez debamos romper viejos esquemas, animarnos al cambio en serio, con mayúsculas, abandonar los temores a lo políticamente incorrecto. Este círculo vicioso que estamos transitando no nos sacará del pozo, muy por el contrario, seguirá hundiéndonos en él, porque solo probamos más de lo mismo. Pero para ello, habrá que entender primero que la retorica anticuada que intenta describir a los conservadores como algo vinculado al pasado, es cada vez más autobiográfica, porque ese término se aplica con más contundencia a quienes les viene tocando en suerte gobernar, los de ahora y los de antes, los oficialistas, y los que dicen ser opositores. En definitiva, se trata de una expresión más de la dinastía de los conservadores.       Alberto Medina Méndez amedinamendez@gmail.com skype: amedinamendez www.albertomedinamendez.com 54 – 03783 - 15602694   PUBLICADO EN EL DIARIO EPOCA DE CORRIENTES, ARGENTINA, EL JUEVES 16 DE JUNIO DE 2011

Subestimar A La Gente

La política cree, con convicción, que maneja todos los hilos, que puede hacer lo que le plazca, y que su impunidad no tiene límites. Y habrá que decir, que en algún punto, eso tiene bastante asidero, pero no siempre esto es así. La comunidad posee mecanismos que, al menos por un instante, le devuelven el poder.   Por eso, es importante que la política no se ensañe ni se pase de la raya, que no se exceda y termine creyendo que es más de lo que es. Muchos dirigentes políticos subestiman a la sociedad, pero no solo lo piensan, sino que lo demuestran en hechos cotidianos. Aun existen dirigentes que suponen en su fuero intimo que la gente les cree, los respeta y los sigue.   Vaya simplificación, vaya error conceptual. Que los ciudadanos no terminemos de reaccionar del modo adecuado, que tengamos una patológica resignación, que no hayamos culminado el necesario proceso de maduración cívica, no significa que aceptemos dócilmente el presente.   De hecho, de tanto en tanto reaccionamos, espasmódicamente por cierto, en forma aislada a veces, cuando el hastío se apodera de nosotros y precisa expresarse de forma contundente, aunque luego no podamos sostener esa decisión por nuestra propia impericia, por la ausencia de claridad conceptual, por no comprender los vericuetos de los fenómenos sociales y la complejidad de la política.   Pero que aceptemos mansamente que muchos políticos sean corruptos, que la discrecionalidad haga de las suyas, que lo privilegios sigan siendo la regla, que el poder abuse de sus atributos para llevar adelante indeseadas decisiones y prácticas que aborrecemos, no legitima a sus actores.   El descreimiento de la política es elevadísimo. Y bien ganando que tiene ese lugar. Ha hecho y sigue haciendo mucho de lo que avergonzarse. Los manejos oscuros, la falta de transparencia, la manipulación publica, los perversos mecanismos que hacen que el poder demuestre su fuerza en las sombras, en lo pequeño y en lo enorme, hace que la gente tenga verdadera repulsión por la actividad partidaria. Es esa desconfianza social, la que impide, casi como si estuviéramos girando dentro de un círculo vicioso, que los más capaces y preparados, que los moralmente más aptos, hayan decidido no ser parte de esa historia para cambiar el rumbo. Es un intríngulis del que resulta difícil de salir sin alguna cuota de heroísmo, que alguna vez habrá que intentar.   Y a no equivocarse, que los ciudadanos sigamos eligiendo de la manera que lo hacemos no tiene que ver con falta de inteligencia, sino con la abulia crónica que nos impide comprometernos para construir algo diferente. El dilema de la sociedad es como priorizar sus objetivos individuales. Los mas prefieren luchar por su subsistencia personal, por generar lazos familiares y desarrollar una vida social. Probablemente, de modo equivocado, se ha decidido ignorar a la política sin advertir que sin una buena interpretación de la misma, es difícil que ella no termine inmiscuyéndose más de la cuenta en su vida familiar, personal, económica y en cuanta faceta desee desarrollar este ciudadano.   Y vale la pena insistir con que el problema de la sociedad no es su falta de cultura, ni de educación, mucho menos aun su supuesta inteligencia disminuida. La sociedad es más que astuta de lo que parece y ya lo ha demostrado en situaciones límites. Solo que en su escala de valores, sigue priorizando cuestiones que cree más importantes, sin visualizar el daño que implica dejar el espacio de la política en manos de los inescrupulosos, de los mas picaros, de los improvisados y mediocres.   Alguna vez dará vuelta la rueda, y la comunidad toda, comprenderá que no involucrarse tiene un costo, demasiado elevado a veces, que termina impactando negativamente en cada aspiración genuina, impidiendo la búsqueda de la felicidad individual, en detrimento de sus libertades y destruyendo las bases de la vida en comunidad.   Que los políticos sigan con sus andanzas no significa que ganen en credibilidad, que las encuestas digan que tienen imagen positiva, que su intención de voto es significativa, no dice mucho, cuando la gente siente que solo opta y nunca realmente elige.   La política actual solo ofrece al electorado, decidir por aquella que considera la alternativa menos mala, pero pocas veces goza de la convicción ciudadana, esa que avala con adhesión real la presencia de tal o cual dirigente.   Tal vez cuando la sociedad se sienta respetada, perciba que no consideran al votante solo un simple elector mas, cuando no se sienta como estúpida al escuchar discursos vacíos, plagados de falacias, con verdades a medias que esconden otras intenciones, pueda recuperarse parcialmente la credibilidad que SI necesita la política para convertirse en una herramienta de cambio, en una oportunidad de hacer algo positivo por la comunidad.   Si algún político, de esos que deambulan por allí repitiendo hasta el cansancio que pretende hacer algo diferente, comprendiera la importancia de no subestimar a la sociedad, de no utilizar a los votantes, como un medio para sus propios fines, si realmente se concentrara en ofrecer algo genuino, inclusive aquello que no suena políticamente correcto a la luz de la tradición discursiva de siempre, tal vez tendría la oportunidad de cambiar la perversa dinámica vigente para devolverle a la sociedad esa cuota de esperanza que ha perdido hace mucho.   Los más, empezaron así, vinieron para ser distintos, pero terminaron claudicando y cayendo en las trampas de la politiquería barata. Seguramente seguiremos asistiendo al tragicómico escenario de los discursos sin sentido, de la mentira como código natural de la partidocracia, Pero sería bueno que esos dirigentes que creen ser inteligentes, comprendan que solo están allí porque la sociedad no ha despertado. Reciben ocasionalmente votos, solo porque el circunstancial adversario es un poco peor, pero no porque la sociedad les crea, o esté convencida de sus bondades. Alguna vez la ciudadanía despertará de esta larga siesta, y cuando reaccione como corresponde, comprometiéndose con el futuro propio y de sus hijos, la perversa inercia del presente cambiara su rumbo. Mientras tanto, tendremos que asistir a este patético espectáculo, el que nos ofrece una política que solo sabe subestimar a la gente. Alberto Medina Méndez amedinamendez@gmail.com skype: amedinamendez www.albertomedinamendez.com  54 – 03783 - 15602694   PUBLICADO EN EL DIARIO EPOCA, DE CORRIENTES, ARGENTINA, EL MIÉRCOLES 8 DE JUNIO DE 2011.  

NEA: La integración requiere confianza política

Augusto Álvarez Director de Region Norte Grande ( www.regionnortegrande.com.ar ) El fracaso de la reciente convocatoria a los legisladores del NEA para armar un foro en el que se generen apoyos conjuntos para un grupo de políticas públicas que imperiosamente necesitan las provincias de Chaco, Corrientes, Formosa y Misiones, puso de manifiesto la distancia que separan a la región en materia de integración, con las provincias del NOA, donde funciona el Parlamento regional. Leyendo en los diarios de la región las noticias posteriores a la frustrada convocatoria se puede inferir la falta de interés (más allá de la voluntad constructiva de unos pocos concurrentes) en el proceso de integración, aunque en sus discursos apoyen la necesidad de juntarse. Justamente, la lectura de los medios a nivel regional, hizo que acertadamente www.RegionNorteGrande.com.ar, que es ferviente promotor de la integración regional desde su nacimiento en el año 2004, en la nota que cubrió el encuentro, lo calificara como modesto y como un fracaso. Fracaso que incluye a todos los involucrados, los que fueron y los que no fueron. Cuando hablamos de fracaso, hablamos del fracaso de la política, que es la única herramienta para generar y ordenar algún grado de crecimiento económico y para dirimir conflictos y diferencias. Por otro lado, se caería en un grave error creer que la integración es un simple enunciado, que consiste en juntarse para recitar el título de una decena de obras de infraestructuras necesarias para la región. La integración significa, antes que nada, animus societatis, base insoslayable para generar confianza mutua. Probablemente, algo de esto falta entre los legisladores del NEA. Se supone que estos encuentros deberían servir para apoyar las políticas públicas de los respectivos gobernadores, por lo que se deduce que lo que hagan o dejen de hacer repercutirá directamente en el bienestar de la sociedad. Mencionamos dos ejemplos que ilustran la necesidad de que los legisladores armen el parlamento del NEA para apoyar las iniciativas de los respectivos poderes ejecutivos. Recientemente el gobernador chaqueño Jorge Capitanich (PJ) lanzó una idea que ningún legislador le prestó atención. Propuso armar una empresa naviera fluvial para abaratar los costos de transporte en el NEA. O cuando el gobernador Ricardo Colombi (UCR), promueve habilitar el tránsito vecinal y comercial con Paraguay sobre el coronamiento de la represa Yacyretá. Son propuestas que inevitablemente influirían en el desempeño económico de la región y de las provincias, donde generarían más trabajo y riqueza. Hay que dejar claro que las causas por las que aún no funciona el Parlamento del NEA no es por el centralismo porteño, o por las trabas que ponen las corporaciones económicas y/o mediáticas, la integración no llega al NEA por incapacidad propia. El Parlamento del NOA ya está reclamando el manejo del FFCC Belgrano Cargas, una autopista desde Jujuy hasta Santiago del Estero, mejora en los pasos fronterizos de San Francisco, Sico y Jama, para incrementar el comercio con Chile. Eso no implica que las obras se realizarán mañana, pero sí es envidiable la imagen de cohesión y de entusiasmo y la confianza en que las obras se realizarán, porque además responden a un plan estratégico regional compartido. Las reuniones en el NEA seguramente van a seguir fracasando en la medida que los líderes parlamentarios y los gobernadores interesados en la integración regional, no generen reuniones (de esas que no salen en la prensa) para restablecer la confianza. Para avanzar en la integración regional es imperioso generar confianza. Sería deseable que de estas reuniones (que no necesariamente deberían ser públicas) participen legisladores de por lo menos dos partidos políticos de cada provincia y que estén acompañados por asesores que conozcan de diplomacia e integración regional. Otro aspecto importante es saber que la integración va por mal camino si se la quiere usar para sacar ventajas político/partidarias. También es importante advertir que los acuerdos de integración para que sean certeros y productivos, en un entorno de desconfianza como el existente, no pueden quedar al arbitrio de terceras personas. Necesariamente estos acercamientos deben construirlos los líderes parlamentarios que estén convencidos que los procesos de integración son beneficiosos para la región. Los actores secundarios, asesores, técnicos y especialistas deben ser eso, actores secundarios que ejecutan los acuerdos alcanzados. Sabemos que hay excelentes gobernadores y legisladores que sabrán encaminar el necesario proceso de integración que reclama el NEA.

Más que levantar el brazo, movernos

  Datos del Autor Adalberto Balduino Periodista Radial y Televisivo. En esta vida existen peligrosas similitudes que se asemejan muchísimo a las cosas que conocemos y defenestramos pero que sin embargo son costumbres con mucha viveza criolla, instaladas e institucionalizadas. Diría, aquellas que tienen tanto que ver con la vida institucional de la república, y que tanto nos afectan por el poco afecto a ejercer la democracia en toda la extensión de la palabra, hasta en las mínimas. Es mucho más cómodo no intentarlo. Es el ocio como eje del ninguneo, ya que pronunciarnos amén de comprometer nos pone en movimiento muy a pesar de nosotros mismos, nos agitamos, nos cansamos. Dice en sus preceptos la Calistenia, ese milenario sistema de ejercicios destinados a poner en movimiento grupos musculares, más que en la potencia y el esfuerzo. Así que hasta allí, estamos salvados, vamos descansados. La calistenia pretende lograr la gracia y la belleza, merced a la serie de movimientos que permiten el calentamiento para encarar luego otros de mayor esfuerzo. Pero de alguna manera, la calistenia es como la gimnasia ciudadana que moviliza para mejorar la democracia. Claro que siempre conspira con los voluntariosos, aquellos que no piensan ni razonan, solamente levantan el brazo conforme la consigna de cuerpo para que el bloque actúe en consecuencia. Si uno tuviera que hacer un paralelismo, salvando la distancia, con los levanta brazos, dóciles y esforzados legisladores por quienes otros piensan y ordenan, me remito aludir a la canción que entona el  Grupo musical Macaco, que frecuenta el reggae y el hip-hop, integrado como si fuera un seleccionado por argentinos, venezolanos, colombianos, brasileños y españoles, que exhorta en su tema “Con la mano levanta”, que dice: Con la mano levanta,al pasado le digo adiósy el futuro que vendrádicen que pende de un hilo.Y el presente aquí contigomano a mano, oye mi hermanodisfrutar camino…” Yo creo, que a veces la indignación, propone decir basta, como dice textualmente otro tramo de la canción:“Con las manos levantas,no nos vieron pasar,cuantas manos hay que alzarpara que escuchen de nuevo,tu arma la imaginación,tu escudo no protección,incluyendo el movimiento…” Hay un ejemplo de indignación que ha cundido  por las cosas al revés, que hace aproximadamente diez años un alemán, ciudadano francés, Stéphane Hessel, héroe de la resistencia, escribió un libro titulado: “Indígnate”. Expresa el autor, en una nota del Diario Perfil: “El motivo Fundamental de la Resistencia fue la indignación. Nosotros, veteranos de la Resistencia y de las fuerzas combatientes de la Francia Libre, apelamos a las jóvenes generaciones a dar vida y transmitir la herencia de la Resistencia y sus ideales. Nosotros les decimos: tomen el relevo, ¡Indígnense!! Esa fue la idea de los Indignados que hoy se ha ramificado de España a toda Europa. En principio nuestro rol de ciudadanos nos valida, exigir a nuestros gobernantes que se cumpla la ley en toda su amplitud, que funcionen los tres poderes armónicamente, libres e idóneos. Permitirnos pedir explicaciones y ser respondidas. Hacernos valer como tales. La democracia es una misión de todos en la fiscalización de su fiel cumplimiento. Como enfáticamente el autor cierra la duda: “La peor actitud es la indiferencia, decir “paso de todo, ya me las arreglo”. Si se comportan así, perderán uno de los componentes esenciales que forman al hombre. Uno de los componentes indispensables: la facultad de indignación y el compromiso que la sigue.” Como reza la calistenia, el ejercicio, la gimnasia, permiten poner el cuerpo para mejorar la postura, tonificar determinadas zonas de la musculatura y cuidar las articulaciones. Lo que se dice, preservarnos, para evitar males mayores. Ser mejores es articular una conducta ejemplar con mucha ética y responsabilidad, para que la palabra y los hechos cobren certeza. Más que levantar cómodamente el brazo, movernos, entrar en calor, ejercitarnos, para lograr un cuerpo republicano sano y pleno.