Cuando los medios británicos comenzaron a repicar la información de que el Big Ben pasaría a llamarse Torre Isabel, un escalofrío recorrió la espalda de los puristas menos informados. "¡Sacrilegio!", clamaron. El monumento más característico de Londres iba a ser bautizado con el nombre de una gran monarca, sí, de una figura de dimensiones históricas en los siglos XX y XXI, Isabel II de Inglaterra, pero tanta pleitesía con la actual jefa del Estado podía dejar en un segundo plano a la otra torre del complejo del Parlamento británico, la Torre Victoria, y por tanto, ensombrecer el recuerdo de la que los más estrictos (los más talibanes, si se quiere) sí consideran como la reina más importante de la historia del Reino Unido.