Allá arriba, en el corazón de la tribuna Centenario, están a centímetros del cielo. Sí, ahí mismo, entre esas nubes a las que sólo le faltan teñirse de rojo y blanco, lo tocan con sus manos, coloradas de tantos aplausos. Y sueltan lágrimas que se deslizan de Núñez a La Plata. Con una bandera que es marca registrada: “El 7-0 no se olvida”.

¿Cómo hacerlo, si fue un resultado histórico ante el rival de siempre, el que divide la ciudad? Pero ellos, los cuatro mil quinientos pinchas que vibran en el Monumental, los cientos de miles que se quedaron del otro lado de la rotonda Gutiérrez, tampoco podrán despegar de su memoria este miércoles de la Vírgen y de los goles. Los de City Bell. Los de Ensenada. Los de Gonnet. Los de Villa Elisa. Los de Berisso. Los de Tolosa. Los de esas diagonales que explotan de felicidad por Estudiantes, señor equipo, que está a un paso de volver a ser campeó n.

Allá abajo, sobre el césped de un estadio que supo ser testigo de innumerables tardes de gloria, un grupito de hombres vestidos de gris permanecen con los pies sobre la tierra . Bien firmes, como el juego que redujo a la mínima expresión a un adversario con pasado de grande y presente de barrio. Son conscientes de que falta un peldaño para hacer realidad el quinto título local, el undécimo de un club que, además, sabe de gestas internacionales. Por eso, aunque sueltan emociones y despiertan la admiración de propios y extraños, mantienen la mesura en el interior del vestuario. Sí, ahí mismo, hasta donde llegan los gritos de esa popular que no para de imaginarse la vuelta olímpica en el anochecer del domingo, en la prestada cancha de Quilmes.

Los de arriba y los de abajo, los que alientan desde afuera y los que empujan este sueño desde adentro, son el testimonio de un proyecto. Porque eso es Estudiantes, al margen de que juegue Juan Sebastián Verón, líder y referente, o lo haga Matías Sánchez, el joven mediocampista que intentó que el ídolo no brillara por su ausencia. La idea, el rumbo, es el mismo. Basta escuchar a Alejandro Sabella, el padre de esta criatura platense que, en dos años, jugó cuanta final se le puso enfrente. Si hace un año, exactamente, este mismo técnico estaba en Abu Dhabi, Emiratos Arabes, en la vigilia del Mundial de Clubes. Si enfrentó al Barcelona de Messi, Xavi e Iniesta.

“Entregan todo. Juegan en función de equipo. La idea es siempre la misma”, asegura Pachorra, que fue un 10 exquisito y supo transmitir su esencia a este equipo que a veces juega lindo como lo hacía él, pero casi siempre lo hace bien. Al menos, en este campeonato lo dejó muy claro. Lo avala el funcionamiento colectivo. También, los números cosechados.

Agustín Orion es el arquero que menos goles recibió en el torneo Apertura y, también, el que menos veces la fue a buscar adentro en condición de local.

Por primera vez en la historia del profesionalismo, puso de rodillas a los cinco grandes del fútbol nacional y con autoridad.

Pese a transferir a Mauro Boselli, encontró en Gastón Fernández un goleador inesperado y la solidaridad de los que quedaron para que la partida del delantero no generara la sangría del gol. Todos gritan en Estudiantes. Quedó claro ante River: un zaguero central (Desábato) y tres volantes (Sánchez, Rojo y Mercado) dejaron su impacto en la red de Carrizo. Por algo es, detrás del Vélez de Santiago Silva y Juan Manuel Martínez, la mayor expresión de contundencia en el torneo.

Si faltan dos jugadores clave, tal cual es el caso de Verón y Enzo Pérez, el resto no desentona.Se potencia en la adversidad. Los de arriba no detienen su fiesta en el regreso a La Plata. Los de abajo ya están concentrados pensando en el domingo. Falta un paso. Nada más. Nada menos.