Más de 400 millones de personas lo vieron desde algún rincón del planeta, incluso en territorios rezagados o inhóspitos, allí donde el fútbol se jacta en silencio de su omnipresencia. Este Barcelona que aplastó al Real Madrid exhibió en poco más de noventa minutos cómo se juega al fútbol; cómo el buen gusto y la audacia pueden estar al servicio del resultado; cómo se puede “cerrar el partido” con el implacable argumento de buscar y de hacer más goles; cómo la magia y la inspiración pueden ser protagonistas sobre el césped de la alta competencia. “Cinco a cero” decía ese cartel electrónico del Camp Nou. Y contaba una parte de la verdad, la del resultado. La otra verdad la exponían los aplausos teatrales de todos los que habían gozado con esa expresión de fútbol puro.

Cuando quedaban veinte minutos para que terminara el partido, el equipo de Pep Guardiola ganaba 4-0. Jugaba mejor que muy bien, tenía la pelota, atacaba, quería más. Y se daba gustos propios de su superioridad. Edu García, comentarista on line del diario Marca , retrató ese instante con un detalle y con un puñado de palabras: “Vaya caño de Villa a Ramos. Esto roza ya la humillación”. Antes y después de ese momento pasó lo mismo: Barcelona fue mejor. A los 17 minutos ya ganaba 2-0 y Lionel Messi -además- había pegado un tiro en un palo. Sus goles, además, llegaron como llegan casi siempre: por juego asociado. El primero: pase de Iniesta, gol de Xavi en posición de centrodelantero. El segundo: jugada de Villa por la izquierda, centro y toque al gol de Pedro.

Con esos dos goles de diferencia, el gigante catalán se fue al descenso. Y cuando volvió siguió sendo el mismo: posesión, toque y toque, voluntad ofensiva. Así, a los 12 minutos ya goleaba 4-0. Dos asistencias de Messi (ahora con ocho, es el líder en el rubro en las 13 fechas de la Liga) derivaron en dos goles de Villa. Lo que restaba era puro decorado: un paseo al Real Madrid por las entrañas del Camp Nou.

El quinto gol, convertido por el venezolano Jeffren, resultó una cita con la historia grande del clásico. Con ese grito se consolidaron récords varios. Con los cinco tantos, se igualó la máxima diferencia del Barcelona en las 209 ediciones oficiales del clásico (junto a otros cuatro 5-0 y a un 7-2). También se sumó por primera vez en la larga vida de este duelo una serie de cinco victorias sucesivas. Y, de paso, se le cortó al Real Madrid una racha de siete triunfos al hilo. Un precioso modo de festejar el cumpleaños 111 para los culés . Casi como si algún fanático hubiera escrito el guión de esta ocasión memorable.

Del otro lado, como carita inevitable de la derrota, quedó el irreverente José Mourinho. Invariablemente exitoso, encontró en la Ciudad Condal un freno a su pretendido halo de imbatibilidad.

“Sal del banquillo / Mourinho sal del banquillo” , le gritaba el estadio entero. Lo querían ver derrotado, tras aquel golpe que Mou les había hecho sufrir el año pasado, en plena Champions League. Tras el partido, al técnico del Real Madrid no le quedó otro camino que contar una verdad sin maquillaje posible: “Victoria muy merecida; derrota muy merecida.”. Era la primera vez en su exitosísima carrera que el portugués de los 18 títulos en siete años perdía por más de tres goles en un partido de Liga.

Mientras eso sucedía en Cataluña, en los bares de Buenos Aires y del mundo y en las redes sociales (Twitter, Facebook) gente que late de fútbol se rendía ante la evidencia: Barcelona, esa Escuela del Buen Gusto , mostraba de qué se trata este deporte.