El escritor mendocino Armando Macchia ganó el prestigioso Premio Internacional de Microrrelatos que la Fundación César Egido Serrano organiza desde el 2011. Gracias a su obra "El francotirador", el argentino se llevó el premio de 20 mil dólares.



En tres años el concurso tuvo un crecimiento exponencial, y el logro del mendocino no es para nada menor. Este año, se presentaron 22.571 relatos de participantes de 119 países. La participación y el crecimiento fue tal, que el libro Guinness de los Récords está estudiando la inclusión de la Fundación César Egido Serrano en sus páginas.



El fallo final de quién sería el ganador fue realizado por 21 embajadores acreditados en España, los cuales seleccionaron al ganador de entre 36 finalistas. Anteriormente, había habido una previa selección de 20 profesores.



Los microrrelatos se podían presentar en castellano, inglés, árabe y hebreo. Sobre esto, la Fundacion César Egido Serrano dio a conocer su objetivo que es "poner la palabra como herramienta de convivencia entre culturas y religiones distintas". Además, a través de la palabra quieren "hacer frente a toda violencia, que está teniendo grandes resultados a tenor de los países participantes y los escritos recibidos".



Para este año, la enorme participación de contenido internacional se ha hecho bajo el lema "Palabra y Libertad".



Sumado al ganador argentino, hubo premiados en otros idiomas. En el caso de la lengua inglesa, Daniel Moreau de Chicago, Estados Unidos, fue premiado con 2 mil dólares por "El Viejo Paciente". En tanto, en la lengua árabe, también dotado con 2 mil dólares, ganó el egipcio Tarek Emam por "Un Ojo". En el caso de la lengua hebrea, también acreedor de 2 mil dólares, el ganador fue Yinon Tal, de Israel, por su microrrelato "La Libertad".



El texto ganador, del mendocino Armando Macchia



EL FRANCOTIRADOR





Todos los días, mientras esperaba el ómnibus, un niño me apuntaba desde un balcón con el dedo, y gatillaba como un rito su arma imaginaria, gritándome "¡bang, bang!". Un día, solo por seguirle el rutinario juego, también yo le apunté con mi dedo, gritándole "¡bang, bang!". El niño cayó a la calle como fulminado. Salí corriendo hacia él, y vi que entreabría sus ojitos y me miraba aturdido. Desesperado le dije "pero yo solo repetí lo mismo que tú me hacías a mí". Entonces me respondió compungido: "sí señor, pero yo no tiraba a matar".