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15 cosas que heredé de mamá

2012-10-21 17:13:28 |La bloguera Inés Sainz comenta algunas virtudes y defectos que la confrontan con una realidad: "¡Sos igualita a tu madre!".
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¿En qué te parecés a tu mamá? ¿Qué heredaste de ella?



1. El desorden más absoluto en la cartera



Cuando era chica y veía la cartera de mi madre, me horrorizaba. No entendía cómo una mujer adulta y elegante podía tener semejante despelote ahí guardado. Nunca hubiera imaginado que heredaría también este detalle.



Y sí, lo confieso: hoy basta que tenga que atender el celular para desplegar a ojos de la cajera del supermercado mi propio despelote portátil: tampones sueltos, biromes, facturas por pagar (o ya pagas), envoltorios de golosinas, algún que otro juguete de mis hijas, cargador del celular, entre otros objetos.



2. La falta de oficio por la plancha



Bueno, no es que me falte voluntad, sí reconozco que me falta tiempo... y, sobre todo, faltó un buen ejemplo. No tengo una sola imagen en mi memoria de mi mamá planchando (en general, ella era de derivar esa tarea a un tercero, a la chica que nos cuidaba, por ejemplo).



Y como me cansé de las montañas de ropa arrugada, finalmente decidí que en casa, salvo camisas, la ropa no se plancha. Se tiende prolija y a otra cosa mariposa.



3. Gritar como loca



Por mucho que me hayan explicado -y yo haya comprendido- los beneficios de mantenerme serena en medio del caos, lo cierto es que cuando me desbordo o me enojo en extremo, me brota la sangre... y grito como una loca.



O mejor dicho, como mi madre.



4. No rendirse jamás



Este es el lema de una madre que a todo le encuentra la vuelta. Si hay angustia o un dolor fuerte, a trabajarlo. Cualquier cosa menos "darse el lujo" de deprimirse o echarse abajo.



Sí, esto lo aprendí de ella. Y si no estás haciendo terapia (marco ideal para ese "trabajo"), bueno, a recurrir a una amiga o incluso a la propia madre, que siempre tendrá consejos y un abrazo para darte.



5. No ser una mantenida



"No depender económicamente de un hombre" es otro mandato que mi mamá me repitió hasta el hartazgo. Un mandato que no siempre -ni ella ni yo- pudimos cumplir a rajatabla, o no siempre quisimos hacerlo.



Tuvimos la suerte de poder priorizar la crianza de nuestros hijos (la suerte de enloquecerme en casa) y trabajar menos puertas afuera, por dinero. Pero que conste: ¡sólo por un tiempo!



6. Las charlas maratónicas



No sé si es herencia de mi madre o del género. ¿Será que durante mucho tiempo nos mantuvimos calladas, no animándonos a expresar lo que sentíamos?



Lo cierto es que, al igual que mi madre (y mi abuela, y mis amigas), tengo también esa capacidad de conversar hasta "el infinito (y más allá)"..., siempre y cuando nos lo permitan nuestros hijos.



7. Lavarme la bombacha mientras me baño



No sé si es muy higiénico, no sé si está bien o está mal. Pero mi madre se lavaba las bombachas mientras se duchaba, y así aprendí a hacerlo.



Y para fastidio del hombre de la casa, las prendas lavadas quedaban y quedan colgadas del grifo de la bañera. Memorándum: acordarse de quitarlas de la vista y ponerlas a secar en un ténder cuando te visita tu suegra.



8. El llamar las cosas por su nombre



Todo bien con ponernos profundas, con darle vueltas a un asunto y querer comprender la complejidad de la vida y sus muchas aristas.



Ahora, cuando las papas queman y hay que tomar decisiones, "lo blanco es blanco y lo negro es negro". Esta es una frase de cabecera de una madre con el sentido práctico a la orden del día.



9. La disciplina con la crema de cara



Por las noches puede quedar una pila de platos sucios en la cocina, puedo olvidarme de sacar la bolsa de basura, puedo incluso elegir no bañarme o dejarlo para la mañana...



Ahora, eso sí, lo que nunca jamás olvido ni dejo de lado, y esta disciplina también es heredada, es lavarme las manos y aplicarme gel de limpieza y, sobre todo, crema humectante (en lo posible, anti-age) en la cara.



10. La nostalgia por el pasado...



...y esa obsesión por querer reconstruir el momento del parto y las anécdotas más importantes de mis hijas recién nacidas.



Si alguien quiere que me explaye acerca de un tema, basta que me pregunte: "¿Cómo fue el parto?" o "¿cuánto pesaron tus hijas al nacer?", y entonces me tendrá a mí con una memoria de elefante, carita arrobada, contándole todos y cada uno de los detalles de ese momento bisagra.



11. Fantasear con la casita propia en medio de la naturaleza



La proyección de algún día, en un futuro no tan cercano, instalarnos en una casa en medio de la naturaleza..., eso también es herencia. Y no es que una esté pasándola mal aquí y ahora, sino que hay un anhelo fuerte de algún día, más adelante, cuando las condiciones lo permitan, cambiar de estilo de vida.



Supongo que la mayor dificultad de mi madre para concretar esta fantasía es el deseo de permanecer presente en el día a día de su hija. Para tenerlo en cuenta.



12. El orgullo de ser distinta



Si habré escuchado a mi progenitora mandándose la parte con amigas -o conmigo incluso- de lo distinta que ella era con relación a su madre.



No recuerdo qué decía mi abuela con relación a la suya, pero me da gracia descubrirme a mí -en charlas con amigas- repitiéndola. Subrayando lo mucho que pude diferenciarme de ella. Paradojas de la vida.



13. Ser agradecida



"La vida es más compleja de lo que parece", canta Drexler. Es un hecho. Nacemos llorando, y nos vamos muchas veces padeciendo dolores en el cuerpo. Y en el mientras tanto, hay de todo: la supervivencia, el querer comprendernos, el armar lazos, una familia, dejar un legado, etcétera. Todo ello es problemático, en el mejor sentido del término.



Ahora, lo que no hay que perder de vista, y esto también es legado de mi vieja, es que estamos ¡VIVAS! y que contamos con los recursos mínimos para estar sanas (y contentas, en muchos casos). Agradezcamos eso. ¡Y agradezcamos a las madres por habernos parido!



14. Musicalizar las mañanas de los fines de semana



Si hay un recuerdo bien vívido y alegre que tengo de mi progenitora, es de las mañanas de los fines de semana.



La música tirando a alta, para fastidio del vecino, era obligatoria. Y hete aquí que hoy, sin haber reparado en ello hasta ahora, hago lo mismo. Cuando no hay urgencia por salir de casa, bienvenida la música para sacudirnos el espíritu.



15. Fidelidad al peluquero que la pegó con tu corte



Puedo cambiar de gustos, de relaciones, de amigas, de barrio, de trabajo, de casa., pero lo que no cambio por nada del mundo, y esto lo aprendí de mi madre, es de peluquero.



Una vez que di con el hombre que me cortó el pelo "como la gente", que entendió mis muy confusas indicaciones, supe que tenía un problema resuelto... y entonces sólo bastaba mantenerlo.

VG



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