Una conducta igualitaria fue corear el nombre de Mario Bofill desde que el espectáculo se puso en marcha y hacia la recta final. El entusiasmo que el loretano despierta en la gente es para imitar y contagiarse. A las 2 menos cuarto de la madrugada, la luna apoyaba su redondez en el cielo estrellado como una espectadora más. Limpio y claro rostro del Taragüi, empujó el viento de la tormenta y lo devolvió brisa fresca para calmar ese fuego sagrado que palpitaba en los brazos abiertos que pugnaban por recibir a Marito con amistoso gesto.
Mario Bofill provoca la impresión mejor de este sentir de pueblo chamamecero. Será porque habla el mismo idioma de su gente; será porque posa su poesía en los rostros comunes, en las historias parejas, entreabriendo los postigos del recuerdo para espiar la infancia o la juventud o por recostar la palabra en los dolores del pecho que pueden parecerse al amor, al desarraigo, a la pena y al olvido.
El coro seguía afinando la voz para decir su nombre. Pasaban Cantalicio vendió su acordeón, Conjunto Pena y Olvido, Viva la Pepa, Lluvia de recuerdos, El carau, Estudiante del interior, y no aflojaba el entusiasmo.
“Cuando la gente tiene ganas de salir a divertirse es que las cosas no andan tan mal”, opinó. “Si estiramos un poquito más estas siete noches capaz llegamos al mes”, bromeó.
Raúl Alonso en acordeón, Adolfo Alegre en bandoneón, “Tripa” en teclados, Javier Lezcano en bajo, más su hijo que acompañó en un tema con acordeón, el megaídolo cerró esta Fiesta de trascendencia mundial, que tuvo a los correntinos por anfitriones.