Historia. Un traje a medida

La implementación de un Instituto de Revisionismo Histórico en Argentina, reinstala, con inusual potencia, un debate que convive con nosotros desde hace años.     Es que el sistema de educación pública, tan ciegamente defendido por la totalidad del arco político global, viene nutriendo, desde hace décadas, un compulsivo esquema de adoctrinamiento que sigue evolucionado peligrosamente.   Nuestros niños, vienen siendo instruidos en el sistema escolar de un modo cada vez más burdo, más lineal, menos disimulado. La idea central del sistema es implantar “sus” paradigmas correctos, para que eso funcione como un lente a través del cual evaluar lo bueno y lo malo,   Esa ideologizada perspectiva es la que intenta evitar que los más jóvenes desarrollen un juicio crítico, para que ellos no tengan que pensar y que solo procesen información previamente masticada por otros. De hecho manuales, docentes, todo el material disponible y sugerido, se inscribe en un alineamiento de los hechos que se corresponde con el discurso único.   En este marco, no sorprende la creación del nuevo Instituto Estatal en Argentina. Se trata solo de un escalón más, un peldaño adicional, vulgar y alevoso, que muestra el grado de impunidad de un sector de la sociedad, que se cree con un extraño derecho concedido por una circunstancial mayoría electoral, para imponer su visión al resto de sus conciudadanos.   Después de todo es el formato que vienen aplicando en muchos aspectos. Ellos entienden a la democracia como un botín, como un premio para el que gana una elección. Bajo ese precepto, el que logra la eventual mayoría, obtiene ese derecho de imponer su mirada a los demás.   Aún muchos ciudadanos de nuestros países siguen creyendo que la democracia es un fin en sí mismo, sin comprender que solo se trata de un  medio, ineficiente por cierto, aunque el menos imperfecto que hayamos construido, hasta hoy, los seres humanos para vivir en paz y armonía.   Algunos fundamentalistas de la democracia que ejercen con profunda vocación de poder su actividad política, han desarrollado una reinterpretación del concepto, poniendo especial hincapié en la necesidad de conceder al triunfador, amplios poderes para hacer y deshacer a su gusto.   En realidad los sistemas de gobierno, cualquiera que sean, acertados o equivocados, con más o menos defectos, pretenden encontrar mecanismos para garantizar el pleno ejercicio de los derechos individuales, un adecuado esquema de normas tendientes a permitir una vida repleta de acuerdos, consensos y modos de vida compartidos.   No son sistemas para imponer, para hacer claudicar al resto, para doblegar con la moral propia a la ajena. La convivencia supone tolerancia, respeto por la diversidad, vivir y dejar vivir, y no como siguen pretendiendo algunos, una herramienta para obligar a los demás, para escarmentar a los que no piensan igual.   Sin embargo, en nuestro país, avanza este Instituto de Revisionismo Histórico, para reinterpretar lo hasta acá conocido. Y habrá que decir que el objetivo no es descartable. Después de todo, cualquier ciudadano o grupo de ellos que pretenda reunirse voluntariamente para desarrollar una actividad lícita, están en pleno derecho de hacerlo.   Lo inmoral, es hacerlo desde un gobierno, usar el Estado para ello, apelando a la utilización de recursos detraídos previamente de la comunidad ( toda ) vía impuestos para hacer prevalecer una mirada por sobre las del resto.   El problema no es lo que hacen, sino la soberbia, la discrecionalidad y el  autoritarismo ejercido sobre el mecanismo de pretender que todos paguen con sus recursos su visión, una mirada que ni siquiera comparten, solo porque ellos quieren que sea la que prevalezca.   El argumento reiterado hasta el cansancio por los defensores de esta temeraria iniciativa, es que consideran que el relato vigente es el opuesto, y que ellos también tienen derecho a que su visión sea escuchada igualmente.   El derecho es indiscutible. Lo que no resulta razonable es pretender que TODOS financien su pluralismo retórico. El Estado está para garantizar derechos no para imponer visiones ajenas a la totalidad de los habitantes de una comunidad.   Y si tan loable es su mirada, si tan necesaria es esa reinterpretación de la historia para rescatar personajes de la misma, pues seguramente no faltaran personas dispuestas a aportar los fondos necesarios de modo voluntario para tan noble causa.   Investigar la historia, seguir hurgando en nueva información que enriquezca con nuevas percepciones sobre los hechos, es bienvenida. Ahora, montar un Instituto Estatal con un sesgo preanunciado en el decreto de creación que dice entre sus metas “reivindicar a todas y todos los que defendieron el ideario nacional y popular ante el embate liberal y extranjerizante” es realmente una aberración digna de ser cuestionada.   El conocimiento científico siempre merece ser revisado, siempre, pero no a cualquier precio ni utilizando medios inadecuados, sino desde la seriedad, el profesionalismo y la ética imprescindible para que el resultado de esa investigación tenga el aval necesario. La ciencia llega a resultados después de cuestionarse mucho, y no arranca desde las conclusiones pretendidas para construir luego, desde allí, las premisas.   Evidentemente, no se conforman con obtener medios económicos esquilmando a todos para reescribir su interpretación de la historia, sino que ahora estos pseudo científicos pretenden que sus preferencias ideológicas conviertan a la historia en un verdadero traje a medida.   Alberto Medina Méndez albertomedinamendez@gmail.com skype: amedinamendez www.albertomedinamendez.com  54 – 03783 - 15602694

Tras el idilio del “todo está bien”, la gran duda sobre “qué está pasando”

VERDE QUE TE QUIERO VERDE El profundo dolor que se propagó por el país con la misma rapidez de las cenizas del volcán chileno, actuó como una sobredosis para anestesiar el asombro de la gente que no entendía ni entiende lo que está pasando, ni por qué: del país de ensueño que nos pintaban antes de las urnas, cargados de promesas de tiempos aún mejores, pasamos al suspenso del ¿qué está pasando? cuando todavía no se ha producido el anunciado recambio del Gobierno previsto formalmente para el 10 de diciembre, marcado en la agenda de los politólogos como la línea de largada de la era cristinista. Las medidas restrictivas sobre el mercado doméstico del dólar y la intempestiva decisión de anular millonarios subsidios, son dos caras de monedas muy diferentes que profundizan aún más las dudas sobre la fortaleza de nuestra economía ante el cimbronazo que producirá la crisis mundial, quiérase o no. * Que se eliminen subsidios a empresas y actividades improductivas pero muy redituables para quienes las explotan (juegos de azar, por ejemplo) es muy positivo, pero nos plantea este interrogante: ¿a quién se le ocurrió concederlos y por qué? ¿Recién ahora se dieron cuenta de que estaban de más? * Si ello implica una sustancial reducción del gasto público, excelente. Si lo que hoy se quita por innecesario, se deriva hacia donde se está reclamando a gritos racionalidad y urgencia, mejor. En este orden de razonamiento, llegamos a un punto crucial: para tener éxito, toda medida debe contar con el aval de la confianza ciudadana. Y aquí no hay confianza. Al contrario, hay dudas de que se le está mintiendo muy torpemente, como cuando se le dice que esos quites no incidirán en las tarifas al público. ¿Si anulo los subsidios a los combustibles para las empresas del transporte, no au-mentarán el boleto del colectivo, y por efecto contagio, el consumo eléctrico, las expensas, etc.? El único que podría desmentirnos es Mandrake.Pero esto no se trata de una historieta, salvo que estemos equivocados. Años ha, en una televisión que recién gateaba, se hizo famoso un programa llamado “Argentina año verde”, que se refería al país que queríamos, que nos debíamos, que soñábamos y que ya muchos identificaban con el verde de la esperanza, o del dólar. Consecuentes con nuestra forma de “no ser” nada aunque siempre estemos aparentando “ser todo”, hoy estamos en lo mismo; hablando del dólar, girando como sus satélites, despreciando a nuestro alicaído signo que en sólo 41 años (de 1970 a nuestros días) ha dejado en el camino nada menos que trece ceros.Tuvimos un “peso moneda nacional” (1881-1970) que fue nuestro orgullo durante 39 años, pero también tuvimos un “peso argentino” (83-85), en medio del naufragio que era imparable. Pero en 1985 apareció el “austral” que -pese a su nombre- recalentó nuestras esperanzas al equipararnos uno a uno con el dólar. Se terminaron las equivalencias: estábamos iguales… Y mientras los ceros se iban desgranando, el dólar invadía nuestras vidas y todos soñábamos con “los verdes”.Hasta en los tiempos de oro de Juan D. Perón, durante una crisis, el líder tuvo que embestir contra la divisa más fuerte del mundo, preguntando a la muchedumbre reunida en la plaza: -¿De qué se preocupan? Si Uds. jamás vieron un dólar”…Entre aquella simplificación y los complicados controles de cambios que vinieron después, pasaron corralitos, congelamientos, fugas de capitales, depósitos bajo el colchón, plata dulce, déme dos, menemtruchos, cecacores y otros papeles pintados co-mo el que supimos sufrir en Corrientes.Ahora que hay tantos problemas para comprar un dólar, ¿no sería el momento oportuno para que reeditemos el Cecacor y hagamos realidad aquello de “si la Argentina entra en guerra Corrientes la va a ayudar”?(¿O será un salvavidas de plomo?) La cacería de brujas que se ha lanzado parece no tener límites. Mientras la aplicación de la ley sea pareja, nadie tendrá derecho a quejarse, pero ya surgieron versiones sobre altos funcionarios que han logrado gambetear estas disposiciones por el conocimiento previo de las mismas.Cosa que ya ocurrió en situaciones similares. La mejor demostración del ensañamiento está centrada en torno de Susana Giménez, una figura con antecedentes en la materia, que si es pasible en la actualidad de las sanciones previstas por la ley, debería ir a la cárcel, pero no ser descuartizada impiadosamente por la jauría “periodística” que a través de las pantallas de la televisión pública hacen gala de soberbia, rencor y desmedida obsecuencia. Así, en vez de ayudar a clarificar las cosas, enturbian el objetivo buscado y producen una reacción de rechazo en el público.Eso es el antidiscurso de Cristina. Fuente: Diario El Litoral   Datos del Autor Carlos Gelmi Periodista. Director Periodistico del diario EL LITORAL.

Altanería Militante

Algunos líderes se han convencido de su propio éxito, a tal punto de creer que han encontrado la fórmula mágica, la prescripción perfecta, el secreto tan anhelado, para conducir los destinos sus naciones.   Es tal la perdida de humildad de esos personajes, que no solo se elogian a sí mismos a diario, sino que se sienten tan inteligentes, tan superiores, que no aceptan bajo ningún punto de vista que alguien intente una discrepancia respecto de sus creencias. Toman sus visiones como las únicas posibles y no comprenden la posibilidad de un pensamiento divergente.   Obviamente, los rodean como siempre aduladores profesionales, fanáticos sin criterio propio, audaces oportunistas y gente que no solo aplaude sus acciones cotidianas sino que descubre en el líder atributos que ni siquiera él se habría reconocido.   Pero su arrogancia llega mucho más lejos aún, porque no solo se ufana de sus supuestos triunfos, sino que además cree férreamente en la originalidad de sus recetas, entiende que ha descubierto algo que no tiene antecedentes y que su acción de gobierno es fundacional, inédita, singular, y que por tanto quedará en la historia, en el bronce, por sus logros.   No admite bajo ningún punto de vista la posibilidad del error, mucho menos aceptará la crítica y buscará permanentemente cualquier mecanismo para dejar fuera de la cancha a sus detractores, aunque jamás reconocerá en público, su evidente nivel de intolerancia democrática, pese a recitar lo opuesto, declarándose defensor de la libertad de expresión y la pluralidad.   Lo paradójico es que los ciudadanos de su patria, reniegan de cualquier extranjero que se anime o tenga la osadía de opinar sobre su país, sus acontecimientos políticos o sus decisiones económicas. Cualquier foráneo que se atreva a dar su parecer sobre su patria, mucho más aun sobre sus políticas implementadas, es rechazado por el solo hecho de no haber nacido o, al menos habitado el suelo local.   Esa especie particular de xenofobia que forma parte del folklore doméstico, se transforma rápidamente en bronca, en odio y resentimiento, y alcanza diferentes niveles de vehemencia según la nacionalidad del eventual interlocutor. Los hermanos del continente y fundamentalmente de países vecinos serán menos cuestionados, pero aquellos de otras latitudes, con idiomas diferentes y culturas e idiosincrasias distintas, no tendrán siquiera cabida a la hora de dar su perspectiva y serán rechazados de plano.   Ni hablar del caso en el que esas opiniones provengan de instituciones políticas de otros países, gobiernos u organizaciones supranacionales. Esos comentarios, o sugerencias se tomarán como una pretendida orden imperial, o como la impertinente intromisión en asuntos de estado, o propios de la soberanía local, que ningún país debiera vulnerar.   Ahora, lo extraño de esta pretendida teoría pseudo nacionalista, es que cuando el líder local de turno tiene la oportunidad de disponer de una trinchera pública, de un ámbito mediático, o de un auditorio internacional, o institucional fuera de su país, parece en ese caso estar mágicamente habilitado para ocuparse de otras naciones y sus conductores.   No solo lo hace, sino que se anima a hacer recomendaciones con una arrogancia poco comparable con los jefes de Estado a los que suele criticar por lo que describe como idénticas acciones.   La explicación es simple. Considera que su figura no es comparable con ninguna, se ve a sí mismo como especial, inteligente y original, por lo tanto el sí se siente debidamente autorizado moralmente para hacer y decir lo que le plazca, sin el riesgo de ser juzgado de igual modo por los que reciben su discurso.   Cuando habla un extranjero interfiere en asuntos de otras naciones, pero cuando lo hace el líder de cabotaje, no hay problema alguno, es como que tiene argumentos para “entrometerse” sin ningún desparpajo.   Y un componente adicional son las circunstancias propias y ajenas. Dar consejos desde la cómoda posición que otorga el viento a favor es al menos poco objetivo, sino hipócrita. Darle recomendaciones a quien tiene viento en contra desde la vereda opuesta es un despropósito, y alguien debería tener al menos el decoro, la mesura, la prudencia de llamarse a silencio.   Cuando la coyuntura establece un escenario positivo, sobre el que no tenemos influencia pero que nos permite un despliegue más holgado, el sentido común, pero por sobre toda las cosas, la grandeza espiritual y humana debería aportar la cuota de recato que la situación amerita.   Y que quede claro que no hablamos de alguien, sino de muchos. No se trata de un personaje en particular, sino de varios y de una actitud reiterada en la historia. Cada nación, cada comunidad, cada ciudadano y sus dirigentes por ende, deben lidiar con sus propios problemas.   El arsenal de ideas, de herramientas y hasta de creencias que aplicarán para intentarlo depende de muchos factores, y hay que saber respetar esa singularidad, teniendo la cordura y la madurez para darse el lugar que corresponde y no otro.   Lo que hace grandes a los hombres, célebres a los dirigentes, estadistas y no mediocres a los conductores, son sus cualidades y atributos personales, y no sus defectos y bajezas humanas. Para que quede claro, no está en la lista de las virtudes esta permanente altanería militante.     Alberto Medina Méndez amedinamendez@gmail.com skype: amedinamendez www.albertomedinamendez.com 54 – 03783 - 15602694

Para muestra sobra un botón

Esta frase utilizada con habitualidad, y frente a diversas situaciones, bien describe la mayoritaria sensación ciudadana respecto de la política. Por mucho que se esmeren los que dicen dedicarse con pasión a esta actividad, que debiera ser el motor de cambio, la palanca para transformar la realidad, el desprestigio de la política avanza sin detenerse. La adhesión ciudadana, o como le gusta llamar a algunos otros, el voto popular, no siempre es en positivo, muchas veces ( y cada vez mas ) pasa por un proceso de descarte, de elegir al que menos desaprobación tiene. Que un elector decida acompañar a algún dirigente, o a su sector partidario con el voto, no significa que suscriba la totalidad de sus visiones, mucho menos aun su forma de actuar cotidiana. Simplemente se trata de opciones, de preferencias, no necesariamente de una aprobación lineal. Quienes se inclinan interesadamente, en leer la realidad de otro modo, para sentirse representantes genuinos de una sociedad, pues solo acomodan los hechos a su evidente conveniencia personal. Mal podrían reconocer que son lo menos malo de la oferta electoral, o simplemente lo que la sociedad menos aborrece de lo disponible y conocido. Este creciente descredito de la política no es un capricho de la sociedad, ni la consecuencia de una confabulación perversa de ciertos sectores, es el esperable resultado de la interminable suma de acciones cotidianas que abonan una presunción que encuentra confirmaciones siempre. Para la inmensa mayoría de los ciudadanos, la política está plagada de privilegios injustificables, rodeada de secretos que muestran poca transparencia, el uso de recursos públicos de los que no se rinde cuenta, acuerdos que benefician a unos y perjudican a otros, que se deciden discrecionalmente y en función a intereses que se defienden sin explicitar. Además, se percibe con claridad, que las ambiciones personales de poder, esas que le ponen foco a lo electoral, a la campaña o a negociar con otros para la próxima postulación o el futuro nuevo cargo, superan largamente cualquier deseo de modificar el presente en beneficio de la sociedad. Resulta evidente que el esfuerzo por los intereses propios ocupan mucho más tiempo y dedicación que la gestión por mejorar las condiciones de la sociedad, y hasta cuando se intenta esto último, se hace por un mero efecto electoral, en la búsqueda de votos, lo que torna a la actividad política cada vez mas demagógica, mas populista y por ende menos respetada. Y no se trata de un fenómeno local, sino global, aunque con matices diferentes y mayor o menor grado de deterioro según sea el caso. La lista es interminable. La política está desprestigiada por muchas razones, pero cada gesto, cada pequeña actitud, no hace más que confirmar la intuitiva sensación de una sociedad que no solo no cree en la fachada aparentemente amigable que el marketing político intenta mostrar, sino que la leyenda y el folklore, solo enriquecen, y a veces hasta exagerando lo real, sobre la base ya no de certezas o información, sino sustentada en la verosimilitud que esconde cada historia, cada trascendido, que por ridículo y perverso que sea, siempre parece tener asidero. Si la política, como recita hasta el cansancio, realmente pretende ser considerada como una actividad de prestigio, valorada, jerarquizada, deberá revisar mucho más que sus apariencias. No se trata solo de un problema de comunicación, como pretenden minimizar algunos. La cuestión es bastante más profunda y grave. No se puede parecer lo que no se es. Las mentiras duran poco tiempo, y la gente es más inteligente de lo que muchos presumen. Que el ciudadano medio siga votando a personajes siniestros, que sea condescendiente ante determinadas actitudes inaceptables, que se haga el distraído frente a la contundencia de determinados hechos de corrupción, o de latente inmoralidad, no significa que los avale o los aplauda. Lo que sucede es que, aun no ha completado el proceso natural, que lo llevará a tomar cartas en el asunto de un modo más activo, participando como corresponde y recuperando su verdadero poder ciudadano. Ciertos artilugios del sistema, escollos que la corporación política pone a diario para minar la posibilidad de que la ciudadanía se anime a dar el siguiente paso, para amedrentar a los impulsivos, disuadir a los más abúlicos y a los inconstantes, viene funcionando exitosamente. Pero todo es cuestión de tiempo. Más tarde o más temprano, la ciudadanía, comprenderá la importancia de cambiar esta dinámica y desalojar a los más mediocres de la conducción, para poner las cosas en su lugar. Para que ello ocurra, el hastío será una pieza clave, y no estamos tan lejos de ese escenario. Lo que la política contemporánea no puede seguir pretendiendo es vestirse de neutralidad, de sobriedad, de talento y de prestigio. Tiene pocos atributos para exhibir, y demasiados flancos débiles que la hacen despreciable. Y no porque en su esencia no sea una actividad relevante, significativa y una excelente oportunidad para aportar en positivo, sino porque sus protagonistas, se han ocupado, y se ocupan a diario, de confirmar la tendencia, de ahondar su propia crisis y de abonar a la mitología que la rodea, incrementando sus errores, profundizando sus actitudes decadentes y minando la confianza que le reclaman a la sociedad. En vez de enojarse con la comunidad, la política debiera mirar lo que hace cotidianamente, y entender que el ciudadano solo recurre al saber popular, recordando aquello que dice “para muestra sobra un botón”. Alberto Medina Méndezamedinamendez@gmail.comskype: amedinamendezwww.albertomedinamendez.com54 – 03783 - 15602694

Qué presente triste

¿Hasta cuando seguirán deteriorándolo? Carta abierta a la Señora Josefina Meabe, al Doctor Pedro Cassani y algunos más... Detrás de una mascarada hipócrita que intenta mostrar por todos los medios una completa unidad y un crecimiento “imponente” que consagrará un gobernador liberal en el 2013, se acerca una triste realidad: la performance de la boleta de “La Banderita” el próximo día 18 será mediocre y el sueño delirante se hará trizas. Es que en los últimos tiempos han conducido de la forma mas egoísta que se tenga memoria a un partido liberal del que se adueñaron como si fuera vuestro patrimonio absoluto, repartiéndose cargos, puestos y ciertas candidaturas con un grupo entre los que solo algunos que exhiben trayectoria, capacidad, y vocación de servicio se destacan; principalmente en intendencias y concejalías, en el poder legislativo y en alguna pequeña área del poder ejecutivo que pudieron conseguir.Se quedaron con el partido para “hacerlo crecer” sin importarles que cientos de dirigentes y jóvenes valiosos se fueran a sus casas al haber sido desechados y corridos de escena por el temor a que “les hagan sombra”. Asimismo, miles de afiliados emigraron a otras fuerzas desilusionados y defraudados.Necedad… estrechez mental… ¿picardía?… error mayúsculo!!!Sra. Josefina y Dr. Cassani - responsables máximos -¿qué dirán a esos liberales con la magra cosecha de votos que se obtendrán? ¿ Cómo justificarán ante el Encuentro por Corrientes y con que autoridad reclamarán mayor participación en el gobierno?. Usted doctor que fue “proclamado” como el futuro gobernador por la senadora nacional y que fuera honrado generosamente con el primer lugar en la lista para la Cámara de Diputados; en estas elecciones, cruciales para la alianza gobernante en importantes comunas, decide que el resto del partido que todavía dirige vaya solo no acompañando a las listas de concejales de E. C. O. restándole posibilidades. ¿Cómo se debe catalogar semejante decisión? y además ¿cómo hará en “su” Goya para explicar los votos que obtendrá la lista “propia” que encabeza su Sra. a quien ordenó se coloque en ese lugar?.Se les acaba el tiempo de conductores que lograron de la manera mas antidemocrática interna nunca vista en el partido liberal. Desconocieron decisiones partidarias y fueron como extrapartidarios a acomodarse en otro frente para después auto amnistiarse y desde “el poder” volvieron a encaramarse en la conducción para conseguir con la” chapa partidaria”, saltar nuevamente al lugar desde donde se habían ido. Que astucia!!.Siga disfrutando del honor que significa ser senadora de la Nación Josefina- paladee otros cuatro años de diputado Dr. Cassani….. Pero por favor: si mi pronóstico de performance electoral se cumple, dejen la conducción y llamen a una urgente normalización institucional partidaria. Solamente así volverán a nutrirse de dirigentes, jóvenes y militantes las filas del otrora orgulloso partido liberal.Se que la mayoría de los correligionarios comparten lo que estoy manifestando. Algunos de ellos, (los que son dependientes de las circunstancias, que tienen un cargo puesto o candidatura, no podrán coincidir públicamente y tendrán que solidarizarse con ustedes criticándome de manera airada)… desde luego que los comprenderé. Querrán evitar represalias. Con respecto a ustedes preferiría una respuesta con resultados; no con palabras. Ciérrenme la boca con votos!!Que nadie se arrogue el derecho, en pos de apetencias delirantes y proyectos personales cortoplacistas para obtener beneficios desmedidos; si esto conlleva a límites intolerables ver el achicamiento y el prestigio cada vez mas depreciado del Partido Liberal de Corrientes.Por último: aunque ustedes me conocen bien, les recuerdo que entre mis defectos no existen el resentimiento ni la ingratitud. Que les quede claro.Con estas líneas, únicamente va explícito mi deseo de volver a ver algo que no es utópico y me aferro a el por el futuro de la agrupación. Quiero que este partido “liberal” de hoy; vuelva a ser… liberal!! Con mis mayores respetos. Luis María “Pipi” Díaz Colodrero.   Datos del Autor Luis María Díaz Colodrero   Goyano, residente en Carolina - Se desempeñó en la Administración Pública, como Director de Turismo de la Provincia desde 1983 a 1985 - Ex-Diputado Provincial - Ex-Senador Provincial período 1985-1991, reelecto para el período 1991-1997 ocupando la Presidencia del Senado Provincial a cargo de la Vicegobernación por la renuncia del Dr. Lazaro Chiappe - Ex-Diputado de la Nación período 1997-2001, cuando decidió alejarse de la militancia activa de la política en el Partido Liberal, desde entonces se desempeña en la actividad privada

Consentir lo inadmisible

Ciertos hechos, algunos malos hábitos, parecen haberse incorporado al paisaje cotidiano y vinieron para quedarse aparentemente. Es que la sociedad ha iniciado un proceso de naturalización de sus errores, considerando normal, a lo inaceptable.   La corrupción es, en ese sentido, uno de los paradigmas más fuertemente instalados en la comunidad. Ya es parte de la escenografía y empezamos a asumirla como una cuestión con la que debemos convivir.   Hasta hace poco, solo repetíamos aquella cita, que se atribuye a Benjamín Franklin, que dice que “en este mundo no se puede estar seguro de nada, salvo de la muerte y los impuestos”. Pues habrá que agregarle de algún modo una nueva certeza, la de cohabitar  con la corrupción.   Que la política haya hecho un despliegue de sus artes, perfeccionando la forma en la que se financia, que los perversos sigan aprovechando sus éxitos electorales para enriquecerse a costa de la ingenuidad de muchos, y la pasividad de otros, puede admitirse como esperable. Pero lo que no es aceptable, es que una sociedad que despotrica contra la deshonestidad acepte mansamente esa realidad, con impotencia, se entregue y claudique.   La inútil retórica que intenta repartir responsabilidades entre los que corrompen y los corruptos, no justifica a los espectadores de esta historieta. Somos parte del sistema. Lo que ocurre, sucede, por nuestro silencio, indiferencia y complicidad, aunque esta parezca involuntaria. La sociedad toda, parece superada por su impotencia, por no encontrar el modo de superar este presente.   Que existe un sector prebendario en la actividad pseudo privada no caben dudas, y es importante aclarar que llamarlos empresarios sería ofender a quienes toman riesgos a diario y realmente merecen llevar ese nombre.   Pero la corrupción no existe porque unos son los malos y otros los buenos. Seguir recorriendo el ingenuo diagnostico de que este es un problema de moral, de dirigentes que se tuercen en el camino, es probablemente demasiado infantil.   La corrupción tiene muchas explicaciones, pero fundamentalmente su denominador común es que alguien puede contratar discrecionalmente, decidir en forma arbitraria, le resulta posible tomar definiciones con poco nivel de consulta y control, porque no hay transparencia y cada vez mas tenemos un estado gigantesco, que crece porque una sociedad demandante pretende delegar todo en el paternalismo del sector público.   Hay que asumir las ideas que se defienden y hacerse cargo de ello. Un Estado grande implica, altos niveles de discrecionalidad, y eso es directamente proporcional a los niveles de corrupción   Luego, habrá matices, dirigentes más honestos y de los otros, pero debe preocupar lo estructural, y no lo anecdótico. No se trata solo de personajes mejores y peores, sino de sistemas que permiten que todo esto sea posible, y que nadie, ni los que gobiernan, ni los otros, están dispuestos a modificar.   Asumir que este es un problema de algunos, es hacer un reduccionismo improcedente. Culpar a los que están y eximir de culpas a los que no gobiernan, es no entender cómo funciona. Que la casta, la corporación política y la de los intereses que defienden esta dinámica, perseveren en su creatividad, y sigan encontrando ocurrentes modos de permanecer en su inercia, no nos puede extrañar.   Lo inaceptable, es que la victima de esta historia, el electorado, la ciudadanía, siga avalando con su connivencia esta continuidad, bajo débiles argumentos como aquel que dice que “no se puede hacer nada”.   O peor aún, justificando su postura timorata en el “todos roban”. Está claro que ésta visión muestra el nivel de impotencia y de resignación que nos invade. Pero asumir que las cosas no pueden ser modificadas sin entender el problema e intentar seriamente cambiar el rumbo, no es saludable, para estas generaciones y mucho menos para las que vienen y esperan de nosotros, con consistencia por cierto,  un gesto adecuada, el correcto.   Tan patética es la percepción de la sociedad que muchos aceptan la perversa reflexión de asumir aquel “roba, pero hace”, como si una cosa justificara la otra, y como si el hecho de ser ejecutivos y promover obras, lo eximiera de responsabilidades. Es más, muchas veces, esa ejecutividad, es la que explica claramente los altos índices de corrupción. Más se puede robar cuanto más se puede mostrar.   No quedará fuera de este recorrido la temible frase de “estos roban más”, como si fuera una cuestión cuántica la que define la moralidad de los actos. Algo así como que si roban poco está bien, pero si roban mucho esta mal. Completa el pobre paisaje aquello de “pero los otros eran más burdos”, como si se tratara de una cuestión de formas, de sutilezas, de disimulos.   El tema de la corrupción es complejo, pero su solución pasa por enfrentarlo con el diagnostico preciso y no de eludirlo, pensando que se trata solo de personajes deshonestos. El sistema es corrupto, no los seres humanos. El esquema vigente lo hace posible, y no la malicia de los circunstanciales actores. Hasta que no asumamos la gravedad del asunto, y los ciudadanos no decidamos dejar de ser funcionales a esta realidad, por lo visto y por algún tiempo, seguiremos en esta dinámica de consentir lo inadmisible.     Alberto Medina Méndez amedinamendez@gmail.com skype: amedinamendez www.albertomedinamendez.com 54 – 03783 - 15602694   PUBLICADO EN EL DIARIO ÉPOCA DE CORRIENTES, ARGENTINA, EL JUEVES 15 DE SEPTIEMBRE DE 2011

La especialidad de la casa

Seguimos recorriendo tímidamente la manía instalada de esquivar lo evidente, lo que hace que la discusión política sea consecuencia y no causa. Habría que revisar un poco hacia adentro para ver lo que nos pasa. Seguir criticando hacia afuera no nos hace mejores, ni nos acerca a la solución.   Espero que sirva para discutir, analizar y difundir.   Alberto Medina Méndez, desde Corrientes, Argentina La especialidad de la casa No es asunto nuevo. Pero la verdad es que agota bastante escuchar cómo, cierto sector de la sociedad, se queja constantemente sin conseguir mirarse al espejo ni siquiera por un instante cuando, en realidad, buena parte de las explicaciones de lo que nos pasa, está en nosotros mismos.   Lo que elegimos cuando nos convocan a cada acto comicial, es solo el corolario de lo que somos y para nada el origen de nuestros problemas. Los estilos autoritarios, discrecionales y arbitrarios son solo una fiel expresión de nuestro comportamiento socialmente mayoritario y no el arrebato de dirigentes aislados.   La apatía con la que presenciamos los hechos cotidianos no son la consecuencia, sino la causa de lo que nos sucede. Nuestro desinterés permanente es el cómplice necesario e imprescindible de muchas de las aberraciones que observamos a diario.   Queda claro que es más fácil buscar culpables afuera que responsables en nosotros mismos. El deporte nacional es, después de todo, eludir responsabilidades. Rara vez escucharemos a un ciudadano decir que estamos como estamos porque hacemos lo que hacemos. Siempre, encontramos el modo de que algún otro sea el que comete los errores o las  imprudencias gravísimas, esas que criticamos y que nos permiten invariablemente excusarnos hasta el infinito y encontrar el argumento justo que nos exculpe de cualquier atrocidad.   Fabricaremos grandes complots, preferentemente internacionales, conspiraciones sofisticadas que involucren a siniestros personajes e intereses ocultos, inventaremos mafias peligrosísimas, le atribuiremos a ciertas corporaciones que solo existen en nuestros delirios alguna elaborada confabulación, y hasta diremos que un perfecto plan perpetrado por los poderosos de siempre, se ha empeñado en hacernos cada vez más ignorantes y construir una industria de la desinformación, para que no podamos reaccionar a sus refinadas herramientas.   De hacernos cargo ni hablar. Asumir que mucho de lo que nos disgusta tiene que ver con nuestra propia inacción, no parece estar en la grilla de posibilidades.   Es que resulta, mucho más fácil, y además menos culposo por cierto, explicarlo todo asignándole a los demás perversas intenciones y ostentosos planes cuidadosamente diseñados. No hacerlo significaría asumir una cuota de responsabilidad que no cabe en la dinámica social de este tiempo.   Nos cuesta visualizar que las ideas que nos gobiernan, son en buena medida, las que defendemos como sociedad, aunque recitemos lo inverso. Queremos que el que detenta el poder formal haga todo, controle cada centímetro de lo que se hace, piense en el futuro y elimine las incertidumbres. Eso implica siempre un Estado enorme, por lo tanto que gaste mucho, que este plagado de empleados y de planificadores iluminados. Y es eso lo que sucede después de todo. Las propuestas de los políticos siempre van en esa línea.   Para ello, ese gobierno precisa recaudar mucho dinero, endeudarse si le falta más e inclusive emitir moneda si algunas de las anteriores se ve limitada por momentos. Los recursos económicos no se inventan, se generan. Alguien, con su trabajo y talento, previamente se esforzó para conseguirlo. Pero para que el Estado, en todas sus formas, pueda hacer la totalidad de lo que muchos le reclaman, tendrá que primero quitar esos recursos a sus dueños, compulsivamente claro, porque si lo hiciera de modo voluntario no serian impuestos sino donaciones.   En fin, la maraña de cuestiones que escuchamos a diario, solo se pueden hacer cuando todo es funcional al objetivo. Lo que tenemos es lo que supimos construir como sociedad y hacerse el distraído no modifica para nada el escenario, ni lo hace más agradable.   Lo que si puede abrir la puerta al cambio es repasar los hechos, y hacer el diagnostico adecuado. Si creemos que llegamos hasta aquí por méritos ajenos, de casualidad, o por alguna fatalidad, estamos en problemas. Un mal diagnostico, nos conduce invariablemente a pésimas decisiones, y fundamentalmente a no resolver las cuestiones de fondo.   A veces pareciera que nos divierte entretenernos, hacer de cuenta que es un juego, en el que somos observadores, meros invitados. Hay que reconocerlo, es mucho más cómodo, aunque tremendamente ineficaz si pretendemos que algún día aparezca el punto de inflexión que nos lleve camino a donde decimos que queremos ir.   La actitud esperanzadora, ese optimismo fundado en el vacío, esa visión de que llegará el líder mesiánico que nos liberará de tantos flagelos, esa mirada romántica y casi de ciencia ficción que sueña con que el héroe, el patriota, llegue un día casi mágicamente es irracional, y solo aceptable en una sociedad algo infantil e ingenua.   El cambio está al alcance de nuestras manos, depende de nosotros mismos, de que revisemos nuestras ideas y acciones, y que nos planteemos, como ciudadanos y no como sociedad, que es lo que estamos pensando y haciendo mal. Mientras ello no ocurra, nuestras posibilidades de recorrer caminos diferentes son inexistentes, y en ese caso, reeditaremos hasta el cansancio nuestro mayor hábito, el de eludir responsabilidades, esa actitud que se ha constituido en “la especialidad de la casa”.       Alberto Medina Méndez amedinamendez@gmail.com skype: amedinamendez www.albertomedinamendez.com  54 – 03783 - 15602694   PUBLICADO EN EL DIARIO EPOCA DE CORRIENTES, ARGENTINA, EL JUEVES 4 DE AGOSTO DE 2011

Ambición sin rumbo

Para muchos la política es el ÚNICO modo de cambiar la realidad. Se trata de una temeraria afirmación, pero para aquellos que creen en ese paradigma, queda claro que participar de la acción política se convierte en una necesidad, en una forma de compromiso ineludible para quien se interesa en modificar el rumbo de los acontecimientos e influir en ellos.   Pero esa, loable finalidad, la de participar, la de ser parte de, la de involucrarse activamente, tiene sentido si existe un objetivo previamente establecido y si el sendero del cambio está debidamente mensurado.   Por obvio que parezca, la inmensa mayoría de los que conforman la denominada clase política trabajan para el acceso al poder. Argumentan que si no se llega a él, nada resulta posible. Y probablemente tengan alguna cuota de razón, aunque no toda. Pero aun asumiendo esa premisa como válida, el problema es que tanta concentración vinculada a la lucha por los espacios de poder, consigue vaciar el objetivo, y muchos cuando llegan a donde querían, ya no recuerdan siquiera porque estaban peleando.   La desideologización de la política le ha quitado contenido a la actividad partidaria. Todos se han creído el cuento de que lo importante es la gestión y que los sistemas de ideas son fundamentalmente imprácticos.   En realidad, lo que quieren es evitar compromisos con ciertas ideas, que los obliguen moralmente a defender determinados valores, y terminar con ciertas mañas que la política ha instalado, y que no tienen interés en desactivar porque atenta contra la esencia de la corporación.   Todo el esfuerzo está direccionado a conseguir poder. La lucha, los recursos, las energías, están puestas allí. Las intrigas, los movimientos de ajedrez para prever la siguiente jugada del rival y actuar en consecuencia, solo apuntan a ganar la partida.   Se ha hecho un culto, exagerado por cierto, de este costado de la política, necesario, pero no suficiente. Triunfar sirve cuando se sabe que es un medio para, y no se lo considera un fin en sí mismo.   Y la política contemporánea nos muestra que los dirigentes están concentrados en el próximo acto electoral, en reunir votos, en conseguir apoyos y acumular poder, y muy pocas veces en resolver los problemas para los cuales se supone que la política tiene sentido.   Este fenómeno no es nuevo, solo se ha exacerbado en las últimas décadas, y la llegada de un aluvión de mediocres al ruedo, le ha puesto un condimento adicional, que solo ha complicado el escenario básico, ya preocupante por cierto.   Y queda claro que cuando todo el esmero, cuando la totalidad de las acciones cotidianas están orientadas a ocupar el poder, a conquistarlo, a expulsar a los actuales detentadores del mismo, de su sitial para reemplazarlos, o en el caso de los oficialismos, para quedarse ininterrumpidamente, poca dedicación puede otorgársele a lo importante.   Es tan baja, por momentos, la calidad de los políticos, que ni siquiera delegan la creatividad, el desarrollo de programas, el estudio profundo de las cuestiones que merecen atención urgente, a otros, a los especialistas, a los que pueden contribuir con conocimientos y capacidad a lo que ellos no desean invertirle tiempo.   Pocos leen, mucho menos estudian, algunos ni siquiera se esmeran en escuchar a los que saben o tienen algo que aportar. Es tanta la convicción de que lo importante es acceder a los cargos, llegar al lugar que sea, que solo miran ese objetivo como el central, y hasta lo festejan cuando lo consiguen, olvidando que el poder sirve, en tanto y en cuanto se convierte en un mecanismo para solucionar asuntos de relevancia, sino solo termina siendo un “juguete” para el mezquino aprovechamiento de las estructuras de siempre.   Esos que solo se concentran en la búsqueda del poder, lo harán casi adictivamente. Su llegada a una función, a una posición, a una porción de mando, solo es un escalón para el siguiente paso. Para ellos llegar, es solo una parada, un hito, porque desde allí, buscarán el siguiente espacio, una nueva meta que dibujarán en su recorrido, y desde el ámbito obtenido, diagramarán acciones, esas que suponen, los llevará al peldaño que viene.   Y no es que tener ambiciones sea algo intrínsecamente malo. Muy por el contrario, los grandes cambios de la humanidad, las invenciones, los estadistas y patriotas del pasado, tienen como denominador común una ambición sin límites. A ellos, los movía un atributo propio de la esencia humana, que tiene que ver con el “ir por más”. Allí no radica el problema, porque si así fuera deberíamos elogiar el conformismo, la abulia y la comodidad, y esos sí que son pecados que una sociedad no se puede permitir si espera progresar y ofrecerle mejores oportunidades a las generaciones que vienen.   El problema de fondo, no es la ambición. Bienvenida ella. Lo trágico, lo inmoral, pasa por la ausencia de contenidos, por el vacío ideológico, por la falta de claridad de rumbos, por metas difusas que buscan algo sin saber su norte. Si a la política no la enriquecemos con ideas, con objetivos que tengan que ver con cambiar las posibilidades de una comunidad, cualquier esfuerzo es en vano.   Pero lamentablemente, el presente nos muestra que así funciona la política, al menos de eso se trata la dinámica que vemos a diario, y que en buena medida, explica su creciente desprestigio. Todo es poder, solo importa vencer, nadie sabe muy bien con que finalidad real y entonces terminamos creyendo, que en realidad de eso se trata este juego, solo de ganar y de alimentar esta ambición sin rumbo.       Alberto Medina Méndez amedinamendez@gmail.com skype: amedinamendez www.albertomedinamendez.com 54 – 03783 - 15602694   PUBLICADO EN EL DIARIO EPOCA DE CORRIENTES, ARGENTINA, EL MIÉRCOLES 20 DE JULIO DE 2011

Determinación Ciudadana?

La falta de perseverancia sea tal vez el pecado cívico más relevante en la historia reciente. Disgusto, bronca, enfado, indignación, impotencia, la nómina es interminable. Múltiples sensaciones que los ciudadanos sentimos a diario y que compartimos con otros para manifestar tímidamente nuestro desagrado con los hechos cotidianos, con las decisiones que se nos imponen y que no colman nuestras expectativas más elementales.   Sin embargo, esas actitudes son inconstantes, espasmódicas, solo momentáneas, hasta que otro hecho de superior relevancia ocupe su lugar. Este podrá ser un asunto personal, familiar o hasta social, pero desplazará al otro, ese que eventualmente nos generaba malestar, para pasar a ser una anécdota más en la lista de las frustraciones cívicas.   El sistema conoce esta debilidad ciudadana. Sabe que la indignación es transitoria, fugaz, y que las personas no insistirán con sus reclamos en el tiempo de modo consecuente. La historia, la experiencia de casi siempre, dice que se aburrirán, les ganará el cansancio, terminarán agotados y será suficiente para que otro desengaño haya dejado su huella.   Queda claro que quienes gobiernan, los unos y los otros, los que estuvieron, los que están y los que estarán, se han ocupado con dedicación, durante décadas de proveer herramientas para que nada les impida perder el control. Una suma de recursos, ardides, escollos, les darán siempre el salvoconducto necesario para librarse rápidamente de cualquier intento que pretenda estorbar su dinámica habitual.   Pero como en tantos otros ámbitos de la vida mundana, lo importante no es hacer las cosas bien, sino solo conocer en detalle el mecanismo bajo el cual funciona el circunstancial oponente y hacer uso de sus propias flaquezas para provecho propio.   Los anticuerpos están activados. No importa demasiado cual sea la queja de turno. Todo está perfectamente diseñado para responder a los estímulos de siempre. Las respuestas predecibles, los esquemas tradicionales, están debidamente contemplados y la falta de decisión ciudadana, es parte de ese paisaje que se repite, de modo irrelevante, sin consecuencias significativas que alteren el ritmo habitual de los que mandan.   Para lograr resultados diferentes, esto es, que el poder tome nota, que modifique sus conductas, que deje de lado sus mañas de rutina, que se anime a incursionar por otros senderos, la ciudadanía precisa tomar decisiones, fuertes, concretas, pero por sobre todo, determinadas, con convicción, y a sabiendas de que el camino será largo, difícil, con innumerables problemas y fundamentalmente con una corporación ( o varias ) que harán su mejor esfuerzo por abortar ese irreverente intento ciudadano de tomar las riendas.   Hay ejemplos en la historia mundial, pocos, lamentablemente no muchos, pero unos cuantos de ellos significativos. Algunos lograron perdurar, tal vez no lo suficiente, o probablemente no con la intensidad necesaria para hacer claudicar al sistema, pero si al menos para mostrar que es posible, que se puede y que vale la pena hacer el intento.   Si tanto nos complica la existencia, si tanto fastidian algunas posturas de la política contemporánea, tal vez debamos revisar nuestras propias actitudes cívicas. Es bastante probable que en ese recorrido encontremos muchas explicaciones y que lo que parecía imposible deje de serlo.   Pero para enfrentar un problema, hay que dimensionarlo adecuadamente. Suponer que con esporádicos intentos, con reacciones infantiles, con caprichos adolescentes y hasta con filosofía mediocre, lograremos torcerle el brazo a siglos de estrategias exitosas, estaremos equivocados.   Para ganar hay que ensayar nuevos métodos, probar modalidades imprevistas. Ellos están preparados para lo obvio. No tiene mucha importancia, bajo su perspectiva, cuan significativo parezca el reclamo, mucho menos aún si los argumentos tienen cierta razonabilidad o ha logrado movilizar a unos cuantos.   No le temen a la argumentación, tampoco a un numeroso despliegue popular. Si les asusta la perseverancia, la determinación, la consistente acción que muestra que no se descansará hasta lograr objetivos.   Para ello hace falta una ciudadanía menos timorata, menos reactiva y mas proactiva, más comprometida y menos abúlica. Es preciso luchar por valores morales, y no solo cuando las decisiones molestan porque afectan nuestros bolsillos, como tantas veces pudimos apreciar. Tal vez sea mucho pedir, es probable que estemos siendo muy exigentes con una sociedad que ha dado pocas muestras de animarse a esto. Pero no menos trascendente es saber si realmente estamos dispuestos a hacer algo relevante antes de emprender el intento.   Pero también es importante dejar en claro, que el adversario, circunstancial por cierto, es poderoso, tiene infinidad de posibilidades a mano, conoce el sistema como la palma de su mano, y sabe a que recurrir frente a cada intento. Difícilmente podamos tomarlo por sorpresa. Conoce mucho de lo que hace, sabe por qué lugares transitar, como, cuando y hasta el ritmo al que debe hacerlo. La ingenuidad es un riesgo y jugar con que ellos no sabrán cómo reaccionar, es desconocer su dinámica y sobre todo la metodología con la que razonan.   La ecuación es relativamente simple de comprender. Podemos seguir con el infantilismo que nos propone esta inercia, esa que dice que nos quejamos de vez en cuando y con eso suponemos que algo cambiará. O podemos tomar exacta dimensión de lo que pretendemos lograr y actuar seriamente en consecuencia. Eso supone prepararnos para una batalla larga, compleja, que requiere de muchos ingredientes, pero fundamentalmente de uno de ellos, de esos que parece imposible obtener. Antes de empezar valdrá la pena saber si tenemos a mano una significativa dosis de determinación ciudadana.     Alberto Medina Méndez amedinamendez@gmail.com skype: amedinamendez www.albertomedinamendez.com 54 – 03783 - 15602694